Pablo escribió a los corintios lo
siguiente: “Conforme a la gracia de Dios que me fue dada, como perito
arquitecto puse un fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno vea cómo
sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto,
el cual es Jesús el Mesías. Si sobre el fundamento alguno edifica oro, plata,
piedras preciosas, madera, heno, hojarasca; la obra de cada uno se hará
manifiesta, porque el día la mostrará, pues con fuego está siendo revelada, y
el fuego probará la clase de obra de cada uno. Si la obra de alguno que
sobreedificó, permanece, recibirá recompensa. Si la obra de alguno es consumida
por el fuego, sufrirá pérdida; si bien él mismo será salvo, aunque así como a
través del fuego” (1 Cor. 3:10-15).
Se nos ha pedido comentar la
siguiente declaración con respecto al pasaje citado:
La
referencia es… a las interpretaciones erróneas de las Escrituras, y la cruda o
fanática predicación de hombres sinceros, pero ignorantes… Los esfuerzos de un
sincero, pero errado maestro, se mostrarán indignos en sí mismos, pero el
maestro mismo será salvo y recibirá la recompensa del carácter personal, pero
no la de un buen constructor”.
Desde nuestra perspectiva, sería
difícil errar en el significado de las palabras del apóstol más que como
lo hace el autor de la declaración anterior en estas observaciones respecto a 1
Corintios 3:10-15. Tal punto de vista no sólo es una aplicación errónea del
significado del pasaje; sus implicaciones son bastante peligrosas y
perjudiciales para la causa de Cristo. Su clara e inevitable conclusión es que
un maestro o predicador realmente puede defender doctrinas que conduzcan a la
destrucción de las almas que las crean ¡y aún así salvarse él!
Lo cierto es que, la “referencia”
no es a doctrina, sino a discípulos. La palabra “alguno” debe ser
considerada dentro del marco de la referencia característica del tema
discutido, y está limitado a aquellos que edifican sobre el fundamento—Cristo.
Así que, “alguno” es cualquier predicador o maestro. Su “obra” son sus
convertidos. Esto convertidos mostrarán diferentes niveles de fidelidad,
representados en los materiales mencionados: oro, plata, piedras preciosas,
madera, heno, hojarasca. Debe observarse que estos materiales, en el orden
indicado, muestran una inmunidad en incremento al fuego. El “fuego” los probará.
Algunos convertidos serán como hojarasca—su durabilidad es muy limitada, pronto
perecen. Otros son como el heno—un poco mejor que el material anterior en su
capacidad de resistir el fuego; la madera soporta el fuego mejor que el heno;
las piedras preciosas, mejor que la madera; la plata mejor que las piedras
preciosas; y el oro, siendo completamente inmune al fuego, no se ve afectado
por éste.
“La obra de cada uno se hará
manifiesta”—los convertidos de cada predicador se mostrarán en su verdadero
carácter—y “el día” lo declarará. Por supuesto, el día, es el día del
juicio, cuando el registro de todos los hombres se hará manifiesto. La “obra”
(del predicador del evangelio) será revelada “por el fuego”, y “el fuego
probará la clase de obra de cada uno”. ¿Cuál fuego? El fuego del infierno,
según Barnes y otros. El fuego de la persecución, la prueba y las dificultades
terrenales, según McKnight. En apoyo del primer punto de vista está la
asociación de la frase con “el día” lo cual señala obviamente al Gran Día
final. En cualquier caso, se manifestará el carácter de los involucrados, como
resultado de la prueba de fidelidad a la que serán sometidos. Aquellos
“convertidos” representados por los materiales susceptibles al fuego (madera,
heno y hojarasca), se perderán; aquellos representados por el oro, la plata y
las piedras preciosas, serán salvos. ¿Qué efecto tendrá esto sobre el
predicador o maestro?
“Si la obra de alguno… permanece,
recibirá recompensa”. El “alguno” es el predicador o maestro. Su “obra” son
sus convertidos. Ellos “permanecen” si son fieles. El predicador, en este caso,
“recibirá recompensa”. ¿Cuál será la recompensa? No simplemente o solamente o
únicamente su salvación. La fidelidad de los convertidos del predicador
no operará automáticamente para salvar al predicador. Si se salva, será sobre
la base de su propia fidelidad, y no por la de alguna otra persona. La
recompensa es algo aparte de la salvación.
“Si la obra de alguno es
consumida por el fuego, sufrirá pérdida; si bien él mismo será salvo, aunque
así como a través del fuego”. Aquí, otra vez, “alguno” es el proclamador de
la verdad. Su obra son sus convertidos. La incineración de su obra
representa la pérdida de estos convertidos debido a su infidelidad. En este
caso, el predicador “sufrirá pérdida”. ¿Qué perderá? No su alma. Como la
fidelidad de los convertidos del predicador no lo salvará, tampoco la apostasía
de ellos operará para privarle de la salvación (suponiendo que él no es el
responsable de su apostasía). Además, aunque él “sufrirá pérdida”, ¡”será
salvo”! Por esto, la pérdida que sufre no es la de su salvación. Es la recompensa
que él hubiera recibido, si ellos hubieran sido fieles. (Aquí, incidentalmente,
hay evidencia clara de la doctrina de los grados de recompensa—un tema
frecuentemente enseñado en el Nuevo Testamento).
El comentario que estamos
revisando en esta respuesta tergiversa completamente el significado de las
palabras del apóstol. La “obra” del predicador, contemplada aquí, no es su doctrina,
sino sus discípulos. Las doctrinas no pueden ser probadas ni por el
fuego de la persecución ni por el fuego del juicio, en cambio los hombres que
predican falsa doctrina, conduciendo a la condenación a sus oyentes se
perderán juntamente con aquellos que ellos han desviado. Ciertamente es una
teoría engañosa y peligrosa que defendería, como lo vimos en el párrafo que
comentamos, que los hombres se pueden salvar, aunque enseñen falsa doctrina y
conduzcan a la perdición a otros.
Con los siguientes comentarios de
J. W. McGarvey, acerca de 1 Corintios 3:10-15, concordamos plenamente: “Si los
discípulos de cierto maestro pasan la prueba del juicio, él recibirá una
recompensa, de la cual sus convertidos serán sólo una parte (1 Tes. 2:19; Filp.
2:16), pero si sus discípulos no pasan la prueba, él perderá cualquier
propiedad que tuviera en ellos, y quizá más (2 Jn. v. 8). El maestro puede,
desde luego, salvarse independientemente de sus discípulos, pues la salvación
es un don y no una recompensa; pero se salvará como un administrador que perdió
todas las cosas de su mayordomía; como un arrendatario que pierde toda la
cosecha quemada, o como un contratista cuya estructura ha sido consumida por
las llamas”.
Todos los que enseñamos y
predicamos la Palabra de Dios deberíamos considerar cuidadosamente con el
corazón las implicaciones de este destacado pasaje de los escritos de Pablo. Es
una cosa seria sobreedificar con materiales indignos en el edificio de Dios.
Que esto se puede hacer es obvio según la ilustración del apóstol. Debemos
estar siempre en guardia para enseñar e inculcar de tal manera la verdad que
ésta proteja del error a aquellos que la reciben y la obedecen, y los confirme
y los fortalezca en la fe de manera que puedan ser clasificados como oro, plata
o piedras preciosas, y no como madera, heno y hojarasca. Haciendo esto,
aseguramos nuestra “recompensa”, y les aseguramos la salvación.
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