“Cuando entres en la tierra que
el Señor tu Dios te da, no aprenderás a hacer las cosas abominables
de esas naciones” (Deut. 18:9).
ANTECEDENTES DEL TEXTO
Increíblemente los israelitas vagaron por cuarenta años en el desierto
de Parán, en un viaje que en realidad podía hacerse en menos de dos semanas
(Pfeiffer, 68). Pero el momento había llegado. Moisés se dirigió a la nueva
generación mientras ellos contemplaban el río Jordán, dispuestos a cruzarlo
hacia la tierra prometida donde fluía leche y miel y de la que ellos habían
rehuido cuarenta años antes. La misma estaba habitada por adoradores de ídolos
quienes estaban zambullidos en actividades diabólicas. Ellos debían ser
expulsados, pero Dios predijo que su influencia tentaría a la población
relativamente joven de su pueblo y que amenazarían su existencia (comp. Deut.
12:29-32).
En su discurso deuteronómico, Moisés revisó su menos que estelar
historia, repitió la ley, reiteró sus días de fiesta y estableció la familia
como el lugar donde el amor de Dios y la obediencia serían ejemplares. En medio
de visiones optimistas de prosperidad y una promesa aparentemente ilimitada,
Dios hace algunas ominosas advertencias. En los primeros siete capítulos Él
hizo siete advertencias contra enredarse en prácticas idolátricas.
En Deuteronomio 18:9-14 especificó las prácticas despreciables que
debían evitarse, entre ellas el sacrificio de niños pasándolos por fuego, la
brujería, la adivinación, el sortilegio, la magia, el consultar médiums y los
espíritus de los muertos.
PRÁCTICAS DESPRECIABLES Y PELIGROSAS EN
NUESTROS DÍAS
Francamente (y afortunadamente) la mayoría de estas prácticas no son el
plato fuerte de nuestra cultura (salvo por ejemplos ocasionales de brujería y
consulta de médiums). Pero antes que usted baje la guardia, deténgase y
reflexione. Nuestra sociedad tiene cualidades altamente seductoras para ello.
Es posible imaginar que ser un panameño es casi lo mismo que ser un cristiano;
que una vida moral respetable y alabar a Dios son actividades intercambiables.
Nosotros podríamos comenzar a creer que merecemos toda nuestra prosperidad y
libertad y que somos libres de usarlas como se nos antoje.
Estamos criando a nuestros hijos en quizá la sociedad más materialista que ha existido en la
historia. Muchos parecen creer que una gran prosperidad es evidencia de que
somos aceptos ante Dios y que Dios cuida de forma especial a nuestra nación. La
advertencia de Jesús en cuanto a que la vida no consiste en la abundancia de
los bienes que se poseen (Lc. 12:15) se siente fuera de lugar cuando miramos
todo el montón de cosas que hemos logrado y que nos dan felicidad.
Nuestra nación es extremadamente hedonista—muchas
personas suponen que si algo es divertido o produce placer, entonces está
justificado. La advertencia a no ser “amadores de los
deleites más que de Dios” (2 Tim. 3:4) ha sido
ignorada. Después de todo, ¿acaso no podemos amar a los dos?
Relacionada con el
hedonismo, hay un abrumador énfasis en la libertad
sexual. En cuanto las hormonas comienzan a reaccionar, nuestro ambiente
sexualmente cargado bombardea a nuestros hijos desde afuera, usándolos para dar
una expresión ilícita de su deseo sexual. El llamado “Huid de la fornicación”
(1 Cor. 6:18) está en total contradicción con la práctica moderna.
Fácil de pasar por
alto es el escapismo. Muchos evitan
el dolor y la angustia con drogas ilegales y aún con las prescritas. Escapar de
la realidad por medio de la intoxicación es alto tan antiguo como la historia
de Noé (Gén. 9:21). Los adolescentes frecuentemente escapan con el uso excesivo
de juegos electrónicos o la incesante navegación por internet (Lewis, 123-36),
reemplazando la actividad productiva con la pasividad de ver televisión (Lewis,
28-03), la adicción a todo tipo de deportes, o las horas que pasan recorriendo
un mal como pasatiempo. El llamado de Pablo a ser sabio “aprovechando bien el tiempo”
(Ef. 5:16) no da en el blanco cuando el cerebro está dominado por las
actividades escapistas.
Quizá usted piense
que las prácticas despreciables descritas en Deuteronomio 18:9-14 parecen
tratar cosas diferentes a las cuatro que he enumerado. Pero creo tanto que
la Escritura como la consideración
práctica revelarán que, si no se les presta la debida atención, estas cuatro
prácticas nos llevarán en una espiral descendente hasta la bancarrota
espiritual y finalmente a la muerte eterna (Ro. 6:23).
Materialismo: el pecado respetable
Disfrutar la
recompensa de tu trabajo es admirable. Pero eso también puede degenerar
fácilmente en un materialismo peligroso espiritualmente. Por fuera aparente respetabilidad,
pero por dentro se convierte en una enfermedad traicionera que crece sin que se
note pero con efectos graves. Jesús advirtió puntualmente acerca de “el
engaño de las riquezas” (Mat. 13:22) y la manera en la que éste
destruye los efectos positivos de la palabra de Dios.
Debemos ser
cuidadosos en cuanto a lo que nuestros estilos de vida comunican a nuestros
hijos. Debemos intencionalmente enseñarles y demostrarles las palabras de
Hebreos 13:5, “Sea vuestro carácter sin avaricia, contentos con lo que
tenéis”. Una de las mejores maneras de cumplir esto es permitirles ver cómo
generosamente nosotros compartimos con otros las cosas que tenemos. Que
nuestros hijos sepan con cuánto contribuimos a la obra de la iglesia y por qué.
Involucrarlos en las acciones donde usted provea para las necesidades de los
demás. Ayudarlos a desarrollarse como adultos que no atesoran cosas para sí
mismo sino que son “rico[s] para con Dios” (Lc. 12:21).
Exhorto a los
padres a que se sienten con sus hijos y estudien 1 Tim. 6:6-19. Allí ellos
pueden aprender a evitar la codicia y a estar contentos con la satisfacción de
sus necesidades. Allí aprenderán de Dios acerca de los inconvenientes de
permitir que los bienes materiales se pongan por encima de las relaciones. Y
allí aprenderán a no amontonar para sí mismos sino compartir lo que tienen con
los que pasan necesidad y así disfrutar la vida que sí es vida.
Hedonismo: ¡Es que es tan divertido!
Es común que un grupo de jóvenes se burlen sin misericordia de un
compañero de clase sólo por la risa que eso les produce. Que algo sea agradable
no lo hace justificable. Debemos practicar tolerancia cero con este tipo de
conducta porque esta se enfrenta a muchos principios dados por Dios, incluyendo
“El amor no hace mal al prójimo” (Ro. 13:10). Nuestra cultura está demasiado orientada a la búsqueda
del placer. Con ese énfasis en la rumba nos parecemos a aquellos que Pedro
describía cuando dijo, “que tienen por delicia el gozar de deleites
cada día” (2 Pe. 2:13).
Siempre se ha
concluido que la caída de Roma se debió a que su gente estaba tan enamorada del
placer y de la atmósfera del circo del Coliseo que se olvidaban a de sus
responsabilidades (Jones, 316). Proverbios 21:17 insiste en que el “Hombre
necesitado será el que ama el deleite… no se enriquecerá”. Jesús enseñó
que quienes “son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida”
no madurarán (Lc. 8:14). Si nuestra juventud debe convertirse en siervos de
Dios productivos, debemos ayudarlos a anhelar metas más altas que la
persecución del placer.
La inmoralidad sexual: el pecado personal
Nuestros hijos
están siendo alimentados con mentiras de parte de aquellos que “se
disfraza[n] como ángel de luz” (2 Cor. 11:14). Una mentira que ha sido
repetida por muchos años es que Jesús no llamó al sexo antes del matrimonio
algo pecaminoso sino que simplemente son los celosos moralistas de la iglesia
los que lo condenan. En Mat. 15:19-20, Jesús dice, “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los
adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las
blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre…” La palabra que utilizó Jesús y que se
traduce “fornicaciones” es la palabra griega porneía, la cual por definición incluye el sexo antes de matrimonio
(Tenney, 601).
Otra mentira es que el sexo premarital no hace daño a nadie. Pero Dios
advierte que el sexo ilícito es el único pecado que se comete contra el propio
cuerpo (1 Cor. 6:18), y nos dice que cuando tenemos sexo con alguien, aun con
una prostituta, nos hacemos un solo cuerpo con esa persona (1 Cor. 6:16). Esa
intimidad está reservada únicamente para el matrimonio (Gén. 2:24; Ef. 5:31).
La pornografía ha alcanzado límites epidémicos (“adicción”). Debemos
asistir con ayuda a nuestros jóvenes en
la batalla contra este destructivo mal. Esta se incluye en cada pasaje que
condena la inmoralidad sexual (por ejemplo, 1 Cor. 6:9) y está señalada en la prohibición
de Jesús acerca de la “codicia” (Mat. 5:27-28). Es adictiva (Irons, 7-21) y
distorsionará el enfoque sexual de una persona de manera que la intimidad
marital ordenada por Dios se hará difícil o hasta imposible.
Escapismo: el pecado de perder la
vida
Voy a tratar este asunto muy brevemente. Deberíamos preocuparnos cuando
nuestros hijos tienden a pasar mucho tiempo fuera en actividades no productivas
que ningún beneficio traen. Pablo nos advierte en contra de la ociosidad (1
Tes. 5:14) y sugirió que se puede convertir en un hábito destructivo (1 Tes. 5:13).
Nuestros hijos deberían ocuparse en ayudar con las necesidades y no sólo por su
propio mundo interior (Filp. 2:4) y vivir sabiamente, aprovechando bien cada
oportunidad (Col. 4:5)
¿CUÁN CAUTELOSOS DEBEMOS SER
CUANDO ENTRENAMOS A NUESTROS HIJOS?
El profeta de Dios ya había reiterado el Decálogo entregado en el Sinaí por
medio de la voz (Deut. 5:1-22). Les había dado el más grande de todos los
mandamientos (Deut. 6:4; Mat. 22:37-38). Primero, ellos tenían los mandamientos
de Dios en sus corazones y debían inculcarlos en sus hijos en cada paso de la
vida (Deut. 6:4-9).
En Deuteronomio 18:9-14 él insiste en que ellos debían tomar medidas
para evitar algunas prácticas despreciables específicas que prevalecían en la
tierra prometida. Nosotros igualmente debemos identifica claramente y confrontar las influencias negativas que
puedan devastar las vidas espirituales de nuestros hijos. Eli, el sacerdote, veía
que sus hijos estaban haciendo mal pero Dios dice que “él no los ha estorbado” (1 Sam. 3:13). David
sabía que su hijo, Adonías, estaba viviendo pecaminosamente pero nunca lo
malhumoró preguntándole por lo menos: “¿Por qué haces así?” (1 Re. 1:6). Ellos
sabían que sus hijos andaban terriblemente descarriados pero no hicieron algo
para detenerlos. Es nuestro deber implementar la disciplina necesaria para
eliminar estas prácticas de las vidas de nuestros hijos. Dios espera que
refrenemos a nuestros hijos y aun que los estorbemos cuando algo que influye en
ellos lo está haciendo peligrosamente. Es cierto que vivimos bajo la gracia,
pero también lo es que recibiremos “mayor condenación” según las condiciones
del Nuevo Pacto.
CONCLUSIÓN
Aquí está nuestro más
grande desafío como padres—no se trata simplemente de proveer para las
necesidades físicas y educativas de nuestros hijos, sino también entrenarles
para vivir bajo la gracia de Dios donde ellos reciban la fuerza para vivir glorificando
a Aquel que los creó.
OBRAS CITADAS
“Addiction to porn destroying lives, Senate
told: Experts compare effect on brain to that of heroin or crack cocaine.” Associated
Press. 19 Nov. 2004. < http://www.msnbc.msn.com/ id/6525520/>. 29
Sept. 2006.
Irons, Richard, and
Jennifer Schneider.
“Differential Diagnosis of Addictive Sexual Disorders Using the DSM IV.” Sexual
Addiction & Compulsivity, Vol. 3. 1996
Jones, A. H. M. “The later Roman Empire, 284-602.” Doctrina
Jacobi nuper baptizati, 634 AD. Baltimore: John Hopkins, 1986.
Lewis, David, and
Carley Dodd. Hooked
on Hollywood. Nashville: Gaylor Multi-Media, 1996.
Pfeiffer, Charles F. Baker’s Bible Atlas. Grand
Rapids: Baker, 1961. Tenney, Merrill C. Pictorial Dictionary of the Bible,
Vol. 2. Grand Rapids: Zondervan, 1980.