domingo, 3 de mayo de 2020

PREGUNTA: “Cuando Pablo dijo ‘la letra mata, pero el Espíritu vivifica’, ¿estaba afirmando que deberíamos mirar más allá de las sencillas y literales declaraciones de la Escritura y encontrar la verdad real que, en realidad, podría ser algo opuesto o diferente a lo que la Palabra dice textualmente?”


No. Absolutamente no. No se puede alcanzar una conclusión más falsa y peligrosa.

Aunque frecuentemente se alcanza este tipo de conclusión y aunque frecuentemente se interpreta la Biblia de esta manera, esto es una completa tergiversación de lo que Pablo enseña en la declaración aludida, ¡y simplemente no es así! La declaración debe verse en su contexto para poder descubrir su significado. Dios nos ha hecho (a los cristianos) “El cual también nos hizo suficientes como ministros de un nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida. Y si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, de tal manera que los hijos de Israel no podían fijar la vista en el rostro de Moisés por causa de la gloria de su rostro, que se desvanecía, ¿cómo no será aún con más gloria el ministerio del Espíritu?” (2 Cor. 3:6-8). De esta manera el apóstol estaba presentando un contraste entre el antiguo y el nuevo pacto—el pacto que se le dio a Israel en el Sinaí, y el pacto bajo el cual viven los cristianos hoy, el que entró en vigencia aquel memorable día de Pentecostés cuando inició la iglesia. La ley antigua era “la letra”, la ley nueva, bajo la cual vivimos, es “el espíritu”.

Usar las palabras “letra” y “espíritu” en el sentido sugerido en las frases “letra de la ley” y “el espíritu de la ley”, y concluir que hay una diferencia entre la intención de Dios, y la expresión de su voluntad en las Escrituras es una doctrina peligrosa, una herejía. En realidad, como se podrá ver cuando se toma en consideración todo el contexto, el “espíritu” realmente significa la letra de la enseñanza del Nuevo Testamento, en contraste con el pacto “grabado en piedra”, bajo el cual vivieron los israelitas. La ley de Moisés era la letra, la ley de Cristo es el espíritu. El primero era un “ministerio de condenación” (muerte), porque no podía dar vida; el último, el del espíritu, es el “ministerio” de la vida, porque a través de él se obtiene vida espiritual. Hoy servimos “en la novedad del Espíritu y no en el arcaísmo de la letra” (Ro. 7:6).

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