La autoridad de Dios
es inherente a Su palabra, el evangelio de nuestra salvación. Nuestro Padre en
el cielo dio la Palabra a su Hijo, Cristo, Quien a su vez dio las palabras al
Espíritu Santo, Quien de igual manera dio las palabras a los escritores del
Nuevo Testamento (Jn. 16:1-3, 5; 2 Cor. 5:18-21). Esto se llama la cadena de
autoridad. Dios utilizó «vasos de barro» para transmitir en
tesoro de la verdad (2 Cor. 4:7).
Los apóstoles se
sentaron «sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel»
por medio de la palabra escrita (Mat. 19:28). Sentarse en un trono denota poder
y autoridad. Ese poder y autoridad reside en la palabra de Dios. Pablo escribió,
«Pues
aunque yo me gloríe más todavía respecto de nuestra autoridad, que el
Señor nos dio para
edificación y no para vuestra destrucción, no me avergonzaré» (2 Cor.
10:8). Él estaba hablando de autoridad apostólica. Dios habla hoy a través de
Su palabra escrita con todo el poder y autoridad con los cuales lo hizo por
otros medios (la zarza ardiente, sueños, escrituras en muros, etc.). Por lo
tanto, cuando alguien (sea un niño de diez años o un hermano de edad avanzada)
lee en voz alta la Palabra de Dios en privado o en público, él habla con la
autoridad de Dios.
Pablo dijo al
predicador Tito, «Esto habla, exhorta y reprende con toda autoridad. Que nadie te
menosprecie» (Tito 2:15). Un predicador tiene autoridad cuando él
predica la Palabra de Dios (2 Tim. 4:2).
Pero un
predicador no tiene la autoridad que tiene un anciano. Los ancianos están
autorizados para velar por sí mismos y por el rebaño, alimentándolo y
protegiéndolo (Hch. 20:28). Un predicador está fuera del rango de su deber
cuando intenta hacer la obra que Dios asignó a los ancianos, es decir, la de
supervisar el rebaño (1 Pe. 5:1-3). Los predicadores deben cuidar,
principalmente, de sí mismos y de la doctrina (1 Tim. 4:16). Los ancianos son
culpables de negligencia si permiten que el predicador o los predicadores
asuman las responsabilidades del ancianato. Recuerde que a los ancianos se les
ha encargado el deber de velar para que las acciones que realizan los demás,
las realicen correctamente. Esto significa que los ancianos deben contratar a
un predicador para que les ayude a alimentar al rebaño. Pero son los ancianos
los que tienen que velar para que el rebaño reciba comida nutritiva (Sal.
23:1-3).
LOS
PREDICADORES NO DEBEN DOMINAR A LOS ANCIANOS
Los predicadores,
al igual que todos los miembros (esto incluye a cada anciano), están bajo el
ancianato. El escritor de Hebreos ordena, «Obedeced a vuestros pastores y
sujetaos a ellos, porque
ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta. Permitidles que
lo hagan con alegría y no quejándose, porque eso no sería provechoso para
vosotros» (Heb. 13:17).
Según el
diccionario, «dominar» significa «mandar, gobernar, predominar sobre». Sin embargo,
al parecer la palabra conlleva un sentido más emotivo que el de simplemente
mandar o gobernar. Por ejemplo, los ancianos deben gobernar, pero no «teniendo
señorío sobre los que os han sido confiados» (Heb. 13:17; 1 Pe.
5:3). Deben gobernar, pero no dominar. Ni los ancianos ni los predicadores
deben dominar. El único que debe dominar es Jesucristo (1 Tim. 6:15; Hch.
2:36).
Los predicadores,
como todos los miembros, deben recordar cuál es su lugar en el cuerpo del Señor
(1 Cor. 12:18). Los predicadores del evangelio no deberían dar órdenes a los
ancianos sino estar en sujeción. Esto no significa que no puedan hacer
sugerencias pertinentes al bienestar de la iglesia. Algunos pueden acusar a los
predicadores de dominar a los ancianos cuando el problema real puede
fundamentarse en que los hombres en el oficio de supervisión no son líderes. Los
pastores del rebaño deben ser líderes y deben guiarlo por el camino correcto,
es decir, de acuerdo con la ley de Dios.
De hecho, aunque
haya hombres sin la suficiente calificación para estar «sirviendo» como
ancianos, eso no justifica al predicador para pasar por encima de ellos o
dominarles. Los hombres que no llenan los requisitos para ser ancianos nunca
debieron ser seleccionados; pero si han sido seleccionados, deben abandonar el
cargo. Si se rehúsan a renunciar, entonces, en lugar de dividir el cuerpo del
Señor, el predicador debe trabajar con ellos hasta donde se lo permita su
capacidad. Si no es capaz de lograr eso, debe salir y predicar en alguna otra
parte.