(“Devils” [diablos]
como se encuentra en la King James Version es una traducción incorrecta. La
palabra para diablo es diabolos. Otros términos daimonizomai
(encontrado trece veces), daimon (una
vez), daimoniodes (una vez), y daimonion (sesenta y
tres veces), se traducen “demonios” (o algún equivalente) en la Biblia de las
Américas. Solamente hay un diablo pero hay muchos demonios).
EL ORIGEN DE LOS DEMONIOS
La etimología del
término “demonio” es algo oscura, pero algunos sugieren que viene de una raíz
griega que significa “conocer”, queriendo referirse a “alguien que sabe” (Vine
1991, 203). Vincent observó que Platón derivó el término de daemon significando “sabido” o “sabio” (1972, 92). Antiguos escritores griegos sugirieron que el
génesis del término se encuentra en el hecho que estas entidades eran
consideradas como “seres inteligentes” (McClintock and Strong 1968, 639). No me
voy a involucrar en una discusión de cómo eran considerados los demonios en el
mundo antiguo, excepto para decir que eran vistos como espíritus malignos “en
alguna forma entre seres humanos y divinos” (Arndt and Gingrich 1967, 168).
A diferencia de la
literatura especulativa de la antigüedad, el Nuevo Testamento no hace ningún
intento por explicar el origen de los demonios o para describir algunas
características materializadas (comp. Reese 1992, 141). Esto parece remarcable;
la restricción, creo yo, es una evidencia sutil de la inspiración divina de
esas narraciones. Sin embargo, los eruditos han especulado en cuanto al origen
de los demonios. Consideraré brevemente algunas de sus ideas.
¿Una raza
pre-adámica?
Algunos alegan que
los demonios eran espíritus incorpóreos de una raza de hombres pre-adámica la
cual vivió en la tierra en un lapso que supuestamente cabe entre Génesis 1:1 y
1:2. Hay dos cosas que están mal en esta noción:
1. No hay en absoluto evidencia de un lapso histórico entre los primeros
dos versículos de Génesis (vea Fields 1976).
2. No hubo personas antes de Adán. Él vino directamente de Dios (Lc.
3:38), y fue el “primer” hombre (1 Cor. 15:45).
Un cruce entre
ángeles y mujeres
Otros trazan el
origen de los demonios hasta una supuesta cohabitación entre ángeles y ciertas
mujeres del mundo antes del Diluvio (Gén. 6:1-6). Esta teoría es negada por el
hecho que Cristo enseñó que los ángeles son seres asexuales, incapaces de tales
uniones (Mat. 22:30; vea también Kaiser 1992, 33-38).
Ángeles caídos
Se ha argumentado
que los demonios del primer siglo pueden ser identificados con los ángeles
caídos mencionados en 2 Pe. 2:4 y Judas 6, algunos de los cuales, consistente
con el plan divino, se les permitió abandonar temporalmente la esfera de
confinamiento con el propósito de habitar en ciertas personas. Charles Hodge
sostiene esta teoría (1960, 1.643), la cual probablemente es la idea más
popular con respecto a este asunto.
¿Espíritus de
hombres malvados?
Otro punto de vista
es que los demonios eran espíritus de hombres malvados que habían muerto y a
quienes Dios les permitió dejar el Hades para contribuir a la implementación
del plan divino de redención. Josefo alegaba que los demonios eran los
“espíritus de los malvados, que entran a los hombres vivos y los matan, a menos
que puedan obtener alguna ayuda contra ellos” (Guerras de los Judíos 7.6.3).
Alexander Campbell
pronunció una muy bien estudiada conferencia en Nashville, Tennessee el 10 de
marzo de 1841, en la cual él, de forma persuasiva, argumentaba a favor del caso
que los demonios del mundo antiguo eran los espíritus de los muertos. La forma
impresa de esos estudios es digna de estudio.
En el análisis
final, no se puede obtener ninguna conclusión dogmática con referencia al
origen de los demonios. Que ellos existían no cabe en la duda de quienes toman
seriamente a la Biblia; en cuanto a su origen, las Escrituras guardan silencio.
LA NATURALEZA Y CARÁCTER DE LOS DEMONIOS
La naturaleza de los demonios es deletreada
explícitamente en el Nuevo Testamento. Ellos eran seres espirituales. Esto,
desde luego, crea un problema para los escépticos, quienes niegan que haya algo
más aparte de lo material. Pero considere el testimonio de Mateo: “Y al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; y expulsó a los espíritus con su palabra, y sanó a
todos los que estaban enfermos” (8:16). Note que las palabras “demonios” y
“espíritus” se usan intercambiablemente. Ya que es sabido que “un espíritu no tiene carne y huesos”
(Lc. 24:39), uno debe concluir que los demonios no eran seres físicos.
Como entidades
espirituales, los demonios pueden ejercer una voluntad (“volveré”) y locomoción
(“va…y entrando”) (Mat. 12:44-45). Además, ellos podrían asimilar información
factual. En una ocasión un demonio le dijo a Cristo: “Yo sé quién eres: el Santo de Dios” (Lc. 4:34; comp. Mr. 1:24).
También ellos poseían una sensibilidad religiosa. “Tú crees que Dios es uno. Haces bien; también los demonios creen, y
tiemblan” (Sgto. 2:19). “Temblar” aquí significa “Dejar atónito con un
temor extremo, horrorizarse” (Thayer 1958, 658). El hecho es que tiemblan de
anticipar su condena final (vea Mat. 8:29).
En cuanto a su
carácter, los demonios son descritos como “impuros” y “malignos”. Al describir
la naturaleza vil de la nación judía de su tiempo, el Señor dio una ilustración
de un hombre poseído por un espíritu “impuro” (Mat. 12:43), el espíritu
abandonó al hombre, pero más tarde volvió a entrar en él, llevando con él a
otros espíritus aún “peores” (v. 45). Este pasaje revela la disposición “impura”
(Griego akathartos— “no puro”) o “malo” (kakos— lo que no solamente es malo moralmente, sino también perjudicial)
[Comp. Vine 1991, 272] de los demonios. En este texto también se observa que
había grado de vileza (“peores”) en los demonios.
UN ARGUMENTO RAZONABLE
El Nuevo Testamento claramente indica que los
demonios estaban bajo el control de la autoridad divina. Por ejemplo, Jesús
podía mandarlos a abandonar a una persona (Mat. 8:16), o hasta callarse (Mr.
1:34). Los demonios que atormentaban al hombre en el pueblo gadareno no podísn
entrar en un pequeño hato de cerdos a menos que el Señor lo concediera (Mr.
5:13-14). Ya que es el caso que los demonios no podían hacer nada sin permiso
divino, la pregunta intrigante es: ¿Por
qué Dios permitió a estos malévolos seres entrar en las personas?
La realidad del
asunto es que la Biblia no da una respuesta específica a esta pregunta— por lo menos no de una forma que satisfaga plenamente nuestra
curiosidad. Aunque creo que se puede argumentar un caso lo suficientemente
razonable para arrojar alguna luz sobre este tema.
Si la misión de
Jesucristo, como el divino Hijo de Dios, tenía que ser efectiva, era necesario
que la autoridad absoluta del Señor quedara establecida. No podía quedar ningún
cabo suelto. Así que vemos al Salvador demostrando su autoridad en varias
formas.
1. Cristo exhibió su poder sobre las enfermedades y sobre los alimentos
físicos (Mat. 9:20-22; 4:46-54; 9:1-41).
2. El Señor ejerció su autoridad sobre los objetos materiales (Mat.
14:15-21; 17:24-27; Jn. 2:1-11; 21:1-14).
3. Jesús demostró que Él podía controlar los elementos de la naturaleza
(Mat. 8:23-27).
4. El Maestro hasta suspendió la ley de la gravedad en relación con su propio
cuerpo cuando caminó sobre las aguas del mar de Galilea (Mat. 14:22-23).
5. El Señor liberó a algunos que habían sido cautivos de la muerte (Mat.
9:18-26; Jn. 11:1-45).
Finalmente, no es irrazonable
asumir que, ya que el Salvador había mostrado su maravilloso poder en todos
estos campos, asimismo era apropiado que Él fuera capaz de demostrar su
autoridad en la esfera de los espíritus
también. ¡Satanás no tiene el control absoluto!
De hecho, considere
este interesante pasaje. Cuando los setenta discípulos regresaron de una
jornada evangelística (Lc. 10:1) ellos alegremente le decían a Cristo: “Señor, hasta los demonios se nos sujetan en
tu nombre”. Jesús respondió: “Yo veía
a Satanás caer del cielo como un rayo” (vv. 17-18).
La importancia de
esta declaración es la siguiente: el poder de los discípulos sobre los demonios
amparado en el nombre (autoridad) de Cristo era un preámbulo de la caída completa y final del diablo.
Considere otra
referencia. Cristo dijo: “Pero si yo por el dedo de Dios echo fuera los
demonios, entonces el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre
fuerte, bien armado, custodia su palacio, sus bienes están seguros. Pero cuando
uno más fuerte que él lo ataca y lo vence, le quita todas sus armas en las
cuales había confiado y distribuye su botín” (Lc. 11:20-22).
El argumento de El Salvador es: “Yo expulso demonios, los siervos de
Satanás. No podría hacerlo si yo no fuera más fuerte que él. Así que mi poder
es superior al de él”.
Estos pasajes, creo yo, nos ayudan a entender el propósito de la
posesión demoníaca en el primer siglo. Era establecer el alcance y la suprema
autoridad del Hijo de Dios.
Por qué los demonios entraron en ciertos individuos en particular no lo explica la Escritura. Unger argumentaba que “en
la gran mayoría de los casos de posesión sin duda se podía trazar un constante
acercamiento a la tentación y al pecado” (1952, 95). Sin embargo, en el ejemplo
del joven epiléptico, él había sido atormentado “desde su niñez” (Mr. 9:21), lo cual sugiere, por lo menos aquí, que
el pecado personal no necesariamente era un factor causante de la posesión
demoníaca.
EL PODER DE LOS DEMONIOS HOY
Se puede construir un caso poderoso a favor de la proposición que la
posesión demoníaca no fue permitida más allá de la era apostólica— la era de los milagros.
Cuando el profeta Zacarías predijo la llegada de la dispensación
mesiánica y las bendiciones que acompañarían al esparcimiento del evangelio, él
mencionó que el Señor quitaría “…de la tierra…al espíritu inmundo” (Zac. 13:1-2). Algunos sienten que la
expresión “espíritu inmundo” puede
ser una alusión a, o incluir la cesación de la actividad demoníaca. Hailey ve
esto como una predicción de la eventual terminación de la actividad profética
(de parte del pueblo de Dios) y la restricción del poder de los espíritus
inmundos.
Asimismo, los espíritus inmundos, que eran la antítesis
de los profetas, cesarían. En la conquista de Cristo sobre Satanás y su
ejército, los espíritus inmundos han cesado de controlar a los hombres como lo
hicieron en el tiempo del ministerio de Cristo y de los apóstoles (1972, 392).
Aunque no es éste
el punto de vista más común de cómo interpretar la profecía de Zacarías, y
ciertamente no se podría construir un caso entero sobre esto, el mismo no está
sin fundamente. Una proposición más firme se podría argumentar de la siguiente
manera:
Con el cierre del
primer siglo, la época de lo sobrenatural llegaría a su final. Dios no está
empoderando hombres para actuar de manera milagrosa hoy en día. Esto está
evidencia en las siguientes observaciones:
NADIE HA REPETIDO
LOS MILAGROS DEL PRIMER SIGLO HOY EN DÍA
Nadie camina sobre
el agua, ni resucita muertos, ni calma una tempestad, ni convierte el agua en
vino, ni sana instantáneamente una oreja mutilada, ni extrae dinero de un pez,
etc. los milagros son fenómenos para auto-comprobarse de manera que no puedan
ser negados, hasta por la crítica hostil (comp. Jn. 11:47; Hch. 4:14-16);
claramente ninguno de estos está ocurriendo hoy.
EL PROPÓSITO DE LOS
DONES SOBRENATURALES ERA CONFIRMAR LA AUTENTICIDAD DE LA REVELACIÓN DIVINA QUE
ESTABA SIENDO RECIBIDA DESDE EL CIELO (Mr. 16:9-20; He. 2.1-4)
Ya que el proceso
de revelación fue completado cuando se escribió el último libro del Nuevo
Testamento, los milagros ya no se necesitaban más, por eso cesarían. Ellos eran
como el andamio que se quita cuando ya está listo el edificio.
EL NUEVO TESTAMENTO
ARGUMENTA EXPLÍCITAMENTE QUE SE ASOMABA AL HORIZONE EL DÍA CUANDO LOS MILAGROS
CESARÍAN
Pablo defendió esa
posición tanto en Ef. 4:8-16 como en 1 Cor. 13:8-10. Durante los primeros días
de la era apostólica, la revelación divina había estado “en parte”, es decir,
pieza por pieza. Sin embargo, el apóstol dijo que cuando “lo perfecto” o “lo
completo” llegara, la revelación parcial, la que vino mediante los distintos
dones (por ejemplo el de conocimiento [sobrenatural] y el de profecía), cesaría
(1 Cor. 13.8ss).
El prominente
erudito en griego W. E. Vine resumió muy bien el asunto.
Con la finalización del testimonio apostólico y la
finalización de las Escrituras de la verdad (“la fe una vez dada a los santos”,
Judas 3), “lo perfecto” vendría, y los dones temporales se irían. Pues las
Escrituras provistas por el Espíritu de Dios eran “perfectas”. No debía
añadírseles nada, y nada debía quitárseles. Esta interpretación está en armonía
con el contexto (1951, 184).
Aquí hay un punto
crucial. Si es el caso que los poderes milagrosos han sido quitados de la
posesión de la iglesia, incluyendo la capacidad de expulsar demonios (Mr.
16:17-20), ¿será acorde con la razón que Dios permitiera a los demonios atacar
sobrenaturalmente a las personas hoy en día, concediendo así una ventaja injusta sobre la familia
humana? ¿Cómo encajaría esto con la promesa: “…mayor es el que está en vosotros que el que está en el mundo” (1 Jn.
4:4).
En otras palabras,
si el don para expulsar demonios está ausente hoy, ¿no sería una conclusión
razonable que la posesión demoníaca también lo esté?
CONCLUSIÓN
Ciertamente Satanás
ejerce una fuerte influencia hoy en día. Sin embargo, como Dios no actúa
milagrosamente en esta era, pero influye a través de Su palabra y a través de
los eventos de la providencia, así también, el diablo ejerce su poder
indirectamente, y no milagrosamente, a través de varios medios. Los casos
actuales que se están asociando con posesión demoníaca sin duda son el
resultado de problemas sicosomáticos, histeria, hipnosis auto-inducida, decepción,
desilusión y cosas semejantes. Estas cosas tienen una natural, aunque no
siempre comprensible, causa. Ω
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