Los demonios eran espíritus malignos, que actuaban bajo la dirección de
Satanás, se oponían a Dios, y eran capaces de causar mucha miseria al hombre (Mateo
8:28-34, 12:24.) Sus poderes sobre los seres humanos les permitieron afligir a
las personas con mudez (Mateo 9:32, 33), ceguera (Mateo 12:22), y locura (Lucas
8:26-36.) Reconocieron la Deidad del Señor, reconocieron su condición maligna, reconocieron
su juicio inminente, y temblaron al pensar en eso. (Mateo 8:29; Lucas 4:41;
Santiago 2:19.) A los apóstoles se les dio el poder de expulsar demonios y un caso
en el cual lo usaron se encuentra en Lucas 10:17, 18, aunque Marcos 9:18-29
muestra que su falta de fe estorbó su capacidad de lograrlo en la ocasión
mencionada.
Los esfuerzos para "explicar" la demonología del Nuevo Testamento
como (1) superstición popular; (2) la adaptación del Señor a los puntos de
vista populares; (3) alguna enfermedad o locura; (4) a los ángeles caídos; o
(5) el que es quizás el más absurdo de todos, a la descendencia de los ángeles y
mujeres impíos de Génesis 6, todos fallan (a) debido a su falsedad obvia o (b)
porque entran en conflicto con hechos conocidos y con la ilimitada bondad y el conocimiento
de nuestro Señor.
Presentando una inducción de declaraciones se revelará que (1) eran seres
inteligentes (Marcos 1:24; 5:7, 8); (2) eran malvados y finalmente debían
enfrentar el juicio (Ap. 9:11); y (3) ellos venían del "abismo".
Estas consideraciones han conducido a hombres muy capaces a concluir que eran
espíritus incorpóreos de hombres malvados que de alguna manera escaparon del
Tártaro en el Hades y de las personas afectadas a quienes se apoderaron. Tan
fuerte era la creencia de Alexander Campbell en esto que en su larga e
intrincada discusión acerca del tema en su Declaración y Alocución
escribió, "Nosotros concluimos que no hay razón ni hecho—no hay canon de
crítica—ninguna ley de interpretación; no hay nada en la experiencia u
observación humana; no hay nada en la antigüedad—la sagrada o profana, que a
nuestro juicio pese en contra de la evidencia ya presentada en apoyo de la
posición de que los demonios de los paganos, los judíos y los cristianos eran
los fantasmas de hombres muertos y, como tales, habían tomado posesión de los cuerpos
de hombres vivos, y los movían, influenciaban e impulsaban a ciertas vías de
acción”. Esta era la opinión de los historiadores judíos Josefo y Filón. El
primero escribió: "Los demonios son los espíritus de hombres malvados, que
entran en hombres vivos y los destruyen, a menos que estuvieran muy felices de
encontrarse con un rápido alivio" y el último dijo: "Las almas de los
hombres muertos se llaman demonios". Los primeros escritores cristianos,
como Justino Mártir, Ireneo, Orígenes, y muchos otros, se pueden citar apoyando
esta misma línea. La conclusión de Lardner, después de un examen detallado de
estos escritores antiguos sobre este tema, es "La noción de demonios, o de
almas de hombres muertos, que tenían poder sobre los hombres vivos, prevalecía
universalmente entre los paganos de aquellos tiempos, y así lo creían muchos cristianos"
y el hermano McGarvey, en su comentario sobre Mateo y Marcos dice que "el
uso judío del término se aplica exclusivamente a los espíritus de hombres
malvados ya difuntos. Este uso fue adoptado por Jesús y por los apóstoles, y en
consecuencia todo lo que se dice de los demonios en el Nuevo Testamento está en
armonía con eso". ¿La gente de nuestros días sufre de posesión demoníaca?
Obviamente, no. Incluso un examen casual de los casos relatados en el Nuevo
Testamento mostrará que las circunstancias que describen la posesión demoníaca
no son características de los supuestos casos de nuestros días. Nuestro Señor
ató a Satanás en su propia casa o dominio (Mateo 12:5-29), y el evangelio de
hoy es la "cadena" que lo detiene a él y a sus siervos (Apocalipsis
20:1-4). En aquellos días, los que estaban poseídos por estos agentes del
diablo eran incapaces de librarse de sus cadenas; pero ahora todos los hombres,
con la ayuda del Señor, tienen el poder de repeler las influencias de Satanás.
El Señor se enfrentó con Satanás en su propio dominio y triunfó sobre él. Hoy,
el poder del diablo sobre los hombres es limitado para engañarlos y tentarlos,
y estas acciones pueden resistirse con la ayuda de Dios y la espada del
Espíritu (Mateo 4:1-13; I Cor. 10:13). Ahora, si resistimos al diablo, él huirá
de nosotros (Santiago 4:7), porque tiene miedo de cualquiera que empuñe la
espada del Espíritu: la palabra de Dios (Heb. 4:12).
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