domingo, 1 de septiembre de 2019

¿Puedo ser feliz en el cielo teniendo a mis seres amados en el infierno?


Si yo soy cristiano, y mis padres u otros seres amados no lo son, y mueren perdidos, ¿cómo puedo ser feliz en el cielo, sabiendo que miembros de mi familia están sufriendo en el infierno?

Esta es una pregunta que ha desafiado la mente de todo meditabundo hijo de Dios. No hay un tratamiento específico de esta cuestión en las Escrituras, pero hay pasajes que contienen retazos de información que, considerada en conjunto, puede suplir una respuesta significativamente sustancial al problema percibido.

INTENTOS ERRÓNEOS DE TRATAR EL PROBLEMA
Al tratar este tema inquietante, no se debe recurrir a “soluciones” que son contrarias a la revelación bíblica más clara. Por ejemplo, el “universalismo”, es decir, la teoría que sostiene que todas las personas serán salvas, no está en armonía con las Escrituras (Mat. 7:13-14).

Tampoco es viable afirmar que no tendremos recuerdos de nuestras relaciones terrenales (vea Lc. 16:27-28). Lo cual, claramente, no es el caso (Mat. 8:11; Lc. 23:43). Así que la posible respuesta a nuestra pregunta debemos buscarla en otra parte.

POSIBLES SOLUCIONES
Primero, hay muchas cosas acerca del orden de cosas en la eternidad que están más allá de nuestra capacidad de comprender en el tiempo presente. Este es el por qué los escritores bíblicos emplean frases antropomórficas para comunicar conceptos espirituales en formas humanas. Por ejemplo, en las llamas del Hades, el rico quería agua para refrescar su lengua (Lc. 16:24(, cuando, en realidad, su lengua literal se estaba descomponiendo en la tierra.

De manera similar, una de las más preciosas declaraciones del libro de Apocalipsis es aquella donde en el orden celestial, Dios «enjugará toda lágrima de sus ojos» (Apo. 21:4). El simbolismo, característico del libro en general, es evidente, y, sin embargo, el propósito de la preciosa promesa es perfectamente claro.

Pero, ¿cuál es la causa de esas “lágrimas”? Probablemente la referencia aquí tiene que ver con las lágrimas derramadas en la tierra debido al sufrimiento, las persecuciones, los corazones rotos, etc. el punto pareciera ser este— serán erradicadas todas las horribles consecuencias del mal. El pecado y las aflicciones que lo acompañan se desvanecerán. De alguna manera, Dios aliviará los corazones de su pueblo, y sus anteriores episodios de tristeza serán eclipsados por el gozo celestial.

Hay varios puntos que pueden considerarse para ayudarnos a llevar este problema hacia un enfoque más preciso.

Si fuera el caso que el sufrimiento por los seres amados perdidos destruye la felicidad del cielo, entonces no habría cielo para los redimidos, porque todo el pueblo del Señor ha tenido miembros en su familia, cercana o lejana, que han muerto fuera de la esfera de la salvación (comp. Mat. 10:34-39). Por lo tanto, uno debe concluir que el problema percibido será remediado por Aquel que hace todas las cosas con justicia (Gén. 18:25).

Dios es un ser de amor supremo; el amor es intrínseco a su naturaleza (1 Jn. 4:8). La profundidad de su amor por la humanidad se evidencia en el mismísimo don de Su Hijo (Jn. 3:16). El sentido de amor del hombre no puede empezar a rivalizar con el amor supremamente compasivo del Padre.
Entonces, si es el caso que Dios mismo es feliz (vea “bendito” en 1 Tim. 1:11)— aun cuando los objetos de Su amor se rebelan contra Él y terminarán en el infierno— seguramente es igual de cierto que los simples mortales, con una capacidad de amor menor, pueden ser felices en la esfera eterna de la existencia.

¿Acaso no es cierto que, justo en este momento, en el cual vivimos en la tierra, estamos conscientes del hecho que algunas personas, por quienes sentimos un afecto entrañable, han muerto en una condición de desobediencia? A pesar de eso, ¿no podemos afirmar que una vida de temor a Dios es una existencia feliz y maravillosa? ¡Pablo podía! (Filp. 4:4). Si ese es el caso con respecto a las situaciones de la tierra, ¿no será también así en el orden eterno de las cosas?

Pero, quizá la consideración más reveladora de todas es esta. ¿No podemos admitir que nuestra actual percepción del pecado está demasiado alejada de la realidad? El pecado no sólo nos afecta físicamente, sino que también ha embotado nuestra percepción de la santidad absoluta. Incuestionablemente no comprendemos la magnitud del mal.

Considere el lenguaje de una de las parábolas de Jesús con respecto a los impíos.

«Pero a estos mis enemigos, que no querían que reinara sobre ellos, traedlos acá y matadlos delante de mí» (Lc. 19:27).

A algunos amigos les choca este lenguaje tan gráfico— incluso lo repudian. Luego considere el siguiente texto

«Entonces los siguió otro ángel, el tercero, diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe una marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino del furor de Dios, que está preparado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y en presencia del Cordero. Y el humo de su tormento asciende por los siglos de los siglos; y no tienen reposo, ni de día ni de noche, los que adoran a la bestia y a su imagen, y cualquiera que reciba la marca de su nombre» (Apo. 14:9-11).

Algunos que han considerado que este pasaje está fuera de armonía en cuanto a su percepción de la justicia divina, también han rechazado el concepto de un castigo eterno y consciente en el infierno— a pesar de la clara enseñanza bíblica sobre el tema.

Aquí hay una cuestión candente para una profunda meditación. ¿No es posible que una vez que hayamos escapado de las fragilidades y limitaciones de la carne, tendremos una consciencia más clara de la atrocidad del pecado?

Y, ¿no será que veremos a aquellos que han rehusado servir al Señor en una luz completamente diferente que aquella que empleamos en la tierra— aunque sean personas que están tan estrechamente relacionados con nosotros?

¡Una exposición a la presencia del Dios Santo podría resolver numerosos asuntos que son vistos como “problemáticos” desde nuestra actual e incompleta perspectiva!

Por lo tanto, no creemos que la interesante pregunta con la que iniciamos sea una pregunta insuperable. Debemos tomar en cuenta las posibilidades, y en el análisis final, confiar en que el Creador se encargará de los problemas.

2 comentarios:

  1. Hola hermano. Buen tema. Compartí un tema similar con la iglesia, y concuerdo con usted en el punto de que definitivamente cuando estemos en espíritu nuestra percepción cambiará completamente. En Ap. 6:9-10 dice que las almas estaban pidiendo justicia por sus muertes, no están preocupados por sus seres queridos, tal vez se puedan lamentar por sus verdugos, pero no es eso lo que están haciendo, ellos están pidiendo justicia. Considero que estar en la presencia de Dios será una increíble experiencia donde veremos al pecado y a la salvación como realmente nunca lo vimos aquí en la tierra. Creo qué la pregunta del artículo sólo se enfoca en el ambito meramente terrenal no considerando el espíritual.

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  2. Gracias por tu comentario, amado hermano. Es así, cuando consideramos la evidencia todos los estudiantes sinceros de la Biblia llegamos a las mismas conclusiones. Esta pregunta es muy popular e interesante y espero que las respuestas presentadas sirvan como una adecuada orientación.

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