A pesar de algunas
alegaciones de lo contrario, la mejor evidencia aún apoya la conclusión que Salomón,
el hijo de David, rey en Jerusalén, fue el autor del libro de Eclesiastés (vea
1:1, 12). La proposición básica de esta emocionante— aunque difícil —narrativa del Antiguo Testamento es la
afirmación de que las metas terrenales, consideradas como fines en sí mismas,
guían solamente a la decepción. Una persona no puede encontrar la felicidad en
la mera sabiduría o en la riqueza, en el poder o en el placer. Todos esos
esfuerzos son como perseguir el viento— un empeño fútil. Por lo tanto, el
individuo prudente reverenciará a Dios y obedecerá sus mandamientos (12:12,
13).
En el capítulo 9 el sabio tiene una
breve discusión relativa a la muerte. En esta discusión, consideraremos dos de
sus declaraciones, y señalaremos algunas verdades que son altamente
significativas para nuestra instrucción espiritual. El texto dice lo siguiente:
Porque los que viven saben que
han de morir, pero los muertos no saben nada, ni tienen ya ninguna recompensa, porque
su memoria está olvidada. En verdad, su amor, su odio y su celo ya han
perecido, y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace bajo el sol (9:5-6).
Primero, el escritor reconoce la verdad universal en cuanto a que todos
estamos destinados a morir. Con la excepción de la generación que atestiguará el
regreso de Cristo (1 Cor. 15:51), la muerte es una cita a la que todos
tendremos que asistir (Heb. 9:27). Tanto de su experiencia como de lo que han
leído en las Escrituras, ¡los vivos saben que morirán! Aunque algunas
autoridades médicas presuman arrogantemente que en el futuro alcanzaremos la
inmortalidad, aún la muerte es una certeza. Si no hubiera temor a la muerte
(Heb. 2:15), la humanidad sería aun más malvada de lo que es. Por consiguiente,
el reconocimiento de una eventual muerte es un incentivo para la vida en
piedad.
Segundo, Salomón dijo que los muertos “no saben nada”. Los religiosos materialistas han aplicado mal este
pasaje asegurando que los muertos no están conscientes. Tal punto de vista hace
que este pasaje entre en conflicto con otros numerosos textos los cuales
claramente indican que los muertos no están al tanto de lo que transpira “debajo del sol” (9:6b), es decir, en la
tierra. Los muertos no tienen conocimiento de nada que esté sucediendo en este
planeta. Esta verdad contiene implicaciones que son devastadoras para algunas
prácticas religiosas. Por ejemplo:
1.
Esto
sugiere que la adoración a los muertos es fútil. Algunos religionistas ofrecen
alimento y bebida a sus ancestros; esta práctica es muy tonta (sin añadir que
es idólatra), pues los parientes difuntos no se percatan de tal servicio religioso.
2.
La
doctrina católica romana de rezar a los santos también está condenada a la luz
de esta información.
3.
El
concepto “espiritista” de intentar comunicarse con los muertos (y alegar que
obtienen respuestas) es claramente una desviación de lo que enseña este texto
inspirado.
4.
Algunos
parecen sentir alivio pensando que sus seres queridos que han fallecido
observan sus actividades terrenales desde el más allá. No hay base bíblica para
esta opinión puramente emotiva.
Tercero, los muertos no tienen más recompensas por obras que se hagan
acá en la tierra. Mientras vivían en la tierra, las recompensas terrenales eran
suyas; ahora, éstas se encuentran más allá de su alcance. ¿Qué sugiere esto? Sugiere
que los muertos no pueden pedir recompensas de parte de los vivos. Esto contradice
las vanas esperanzas de ciertas prácticas religiosas. Por ejemplo:
1.
Los
mormones enseñan el “bautismo proxy” [proxy=intermediario, sustituto], es
decir, la noción de que los vivos pueden ser sumergidos en favor de los muertos
y transferirles las bendiciones obtenidas. Esto no puede ser; ni la justicia ni
la iniquidad son transferibles (vea Ez. 18:20).
2.
La teología
católica romana alega que el ritualismo terrenal (por ejemplo las misas) pueden
ser efectivas en favor de los muertos, asegurando así su pronta liberación del
Purgatorio. Otra vez, esto no es consistente con la verdad bíblica. Una vez que
una persona deja esta tierra, las oportunidades para la salvación se pierden
para siempre.
Cuarto, Salomón asegura que nuestros ministerios, por regla general, se
olvidan pronto. Aunque es cierto que unos cuantos sobresalientes dejan su
legado histórico por generaciones, usualmente ese no es el caso. Uno puede
caminar por los cementerios de las grandes ciudades y observar las lápidas que
cubren la tumba de aquellos de quienes este mundo no sabe prácticamente nada. El
epitafio en muchas de ellas, “Te fuiste, pero no te olvidaremos”,
desafortunadamente no es acertado. El punto es, uno necesita emplear su
influencia ahora; debemos usar nuestros talentos, energía, dinero,
personalidad, etc., para hacer el bien mientras vivimos, pues el día viene
cuando las oportunidades terrenales se acabarán.
Quinto, el sabio rey observa no tienen ya más parte en las actividades terrenales.
Esta declaración tiene unas muy claras implicaciones:
1.
Esto
contradice la noción mística de la rencarnación. Con el influjo de las
filosofías religiosas orientales, más y más personas en nuestro país— aun aquellos que profesan
una “clase” de cristianismo— están impresionados con la posibilidad de “volver
atrás” en alguna forma rencarnada. El concepto de la rencarnación es una
apostasía de Eclesiastés 9:6, como de otros pasajes similares (comp. Heb.
9:27).
2.
Más de
moda que la rencarnación está la idea del premilenialismo. Esta es la doctrina
sectaria que alega que Cristo algún día regresará a esta tierra, resucitará a
los justos, y luego, con ellos, reinará por mil años desde Jerusalén. No hay en
absoluto evidencia alguna en cuanto a que los justos que han muerto se
levantarán para vivir de nuevo en la tierra. Los muertos no tienen ya más parte
en los eventos terrenales.
3.
Esta declaración
también excluye la teoría, estilizada por muchos denominacionalistas, de que
los cielos estarán aquí mismo en la tierra. Seguramente será innecesario
señalar que las Escrituras claramente reconocen la diferencia entre los cielos
y la tierra (vea Mat. 6:19-20). El cielo no estará en la tierra.
Eclesiastés 9:5-6 es rico en significado. Este implica varias
proposiciones que se oponen en un vívido contraste con un número de ideas
religiosas equivocadas. Ω
¿Cuál será el próximo tema? Saludos
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