sábado, 12 de mayo de 2012

Algunas reflexiones de Salomón en cuanto a la Muerte


A pesar de algunas alegaciones de lo contrario, la mejor evidencia aún apoya la conclusión que Salomón, el hijo de David, rey en Jerusalén, fue el autor del libro de Eclesiastés (vea 1:1, 12). La proposición básica de esta emocionante aunque difícil —narrativa del Antiguo Testamento es la afirmación de que las metas terrenales, consideradas como fines en sí mismas, guían solamente a la decepción. Una persona no puede encontrar la felicidad en la mera sabiduría o en la riqueza, en el poder o en el placer. Todos esos esfuerzos son como perseguir el viento— un empeño fútil. Por lo tanto, el individuo prudente reverenciará a Dios y obedecerá sus mandamientos (12:12, 13).

En el capítulo 9 el sabio tiene una breve discusión relativa a la muerte. En esta discusión, consideraremos dos de sus declaraciones, y señalaremos algunas verdades que son altamente significativas para nuestra instrucción espiritual. El texto dice lo siguiente:

Porque los que viven saben que han de morir, pero los muertos no saben nada, ni tienen ya ninguna recompensa, porque su memoria está olvidada. En verdad, su amor, su odio y su celo ya han perecido, y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace bajo el sol (9:5-6).

Primero, el escritor reconoce la verdad universal en cuanto a que todos estamos destinados a morir. Con la excepción de la generación que atestiguará el regreso de Cristo (1 Cor. 15:51), la muerte es una cita a la que todos tendremos que asistir (Heb. 9:27). Tanto de su experiencia como de lo que han leído en las Escrituras, ¡los vivos saben que morirán! Aunque algunas autoridades médicas presuman arrogantemente que en el futuro alcanzaremos la inmortalidad, aún la muerte es una certeza. Si no hubiera temor a la muerte (Heb. 2:15), la humanidad sería aun más malvada de lo que es. Por consiguiente, el reconocimiento de una eventual muerte es un incentivo para la vida en piedad.

Segundo, Salomón dijo que los muertos “no saben nada”. Los religiosos materialistas han aplicado mal este pasaje asegurando que los muertos no están conscientes. Tal punto de vista hace que este pasaje entre en conflicto con otros numerosos textos los cuales claramente indican que los muertos no están al tanto de lo que transpira “debajo del sol” (9:6b), es decir, en la tierra. Los muertos no tienen conocimiento de nada que esté sucediendo en este planeta. Esta verdad contiene implicaciones que son devastadoras para algunas prácticas religiosas. Por ejemplo:

1.       Esto sugiere que la adoración a los muertos es fútil. Algunos religionistas ofrecen alimento y bebida a sus ancestros; esta práctica es muy tonta (sin añadir que es idólatra), pues los parientes difuntos no se percatan de tal servicio religioso.

2.       La doctrina católica romana de rezar a los santos también está condenada a la luz de esta información.

3.       El concepto “espiritista” de intentar comunicarse con los muertos (y alegar que obtienen respuestas) es claramente una desviación de lo que enseña este texto inspirado.

4.       Algunos parecen sentir alivio pensando que sus seres queridos que han fallecido observan sus actividades terrenales desde el más allá. No hay base bíblica para esta opinión puramente emotiva.

Tercero, los muertos no tienen más recompensas por obras que se hagan acá en la tierra. Mientras vivían en la tierra, las recompensas terrenales eran suyas; ahora, éstas se encuentran más allá de su alcance. ¿Qué sugiere esto? Sugiere que los muertos no pueden pedir recompensas de parte de los vivos. Esto contradice las vanas esperanzas de ciertas prácticas religiosas. Por ejemplo:

1.       Los mormones enseñan el “bautismo proxy” [proxy=intermediario, sustituto], es decir, la noción de que los vivos pueden ser sumergidos en favor de los muertos y transferirles las bendiciones obtenidas. Esto no puede ser; ni la justicia ni la iniquidad son transferibles (vea Ez. 18:20).

2.       La teología católica romana alega que el ritualismo terrenal (por ejemplo las misas) pueden ser efectivas en favor de los muertos, asegurando así su pronta liberación del Purgatorio. Otra vez, esto no es consistente con la verdad bíblica. Una vez que una persona deja esta tierra, las oportunidades para la salvación se pierden para siempre.

Cuarto, Salomón asegura que nuestros ministerios, por regla general, se olvidan pronto. Aunque es cierto que unos cuantos sobresalientes dejan su legado histórico por generaciones, usualmente ese no es el caso. Uno puede caminar por los cementerios de las grandes ciudades y observar las lápidas que cubren la tumba de aquellos de quienes este mundo no sabe prácticamente nada. El epitafio en muchas de ellas, “Te fuiste, pero no te olvidaremos”, desafortunadamente no es acertado. El punto es, uno necesita emplear su influencia ahora; debemos usar nuestros talentos, energía, dinero, personalidad, etc., para hacer el bien mientras vivimos, pues el día viene cuando las oportunidades terrenales se acabarán.

Quinto, el sabio rey observa no tienen ya más parte en las actividades terrenales. Esta declaración tiene unas muy claras implicaciones:

1.       Esto contradice la noción mística de la rencarnación. Con el influjo de las filosofías religiosas orientales, más y más personas en nuestro país— aun aquellos que profesan una “clase” de cristianismo— están impresionados con la posibilidad de “volver atrás” en alguna forma rencarnada. El concepto de la rencarnación es una apostasía de Eclesiastés 9:6, como de otros pasajes similares (comp. Heb. 9:27).

2.       Más de moda que la rencarnación está la idea del premilenialismo. Esta es la doctrina sectaria que alega que Cristo algún día regresará a esta tierra, resucitará a los justos, y luego, con ellos, reinará por mil años desde Jerusalén. No hay en absoluto evidencia alguna en cuanto a que los justos que han muerto se levantarán para vivir de nuevo en la tierra. Los muertos no tienen ya más parte en los eventos terrenales.

3.       Esta declaración también excluye la teoría, estilizada por muchos denominacionalistas, de que los cielos estarán aquí mismo en la tierra. Seguramente será innecesario señalar que las Escrituras claramente reconocen la diferencia entre los cielos y la tierra (vea Mat. 6:19-20). El cielo no estará en la tierra.

Eclesiastés 9:5-6 es rico en significado. Este implica varias proposiciones que se oponen en un vívido contraste con un número de ideas religiosas equivocadas. Ω

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