sábado, 24 de marzo de 2012

¿Son los Evangelios parte del Nuevo Testamento?

Jesucristo enseñó que una persona que se divorcia de su compañero/a marital y luego se casa con otro/a está viviendo en estado de adulterio a menos que el divorcio fuera iniciado por una víctima inocente cuya confianza ha sido violada por el pecado de la fornicación (vea Mateo 19:9; comp. 5:32).

Desde luego, la implicación de esta declaración es esta. La víctima inocente tiene el derecho de quebrantar el vínculo de la unión marital por medio del divorcio. Y debiera la víctima tener el privilegio de poder elegir si entrar o no en una nueva unión.

Una estrafalaria objeción que intenta negar el derecho de nuevas nupcias  (bajo cualquier circunstancia) alega que la afirmación del Evangelio de Mateo no puede emplearse para justificar una segunda unión luego de un divorcio. La razón ofrecida en defensa de esta noción es que los relatos conocidos como “los Evangelios” no son parte del Nuevo Testamento. Supuestamente, ellos representan la legislación del Antiguo Testamento, por eso el testimonio del registro de los cuatro evangelios es irrelevante a la controversia de las “nuevas nupcias” a menos que la concesión para “divorciarse” sea específicamente repetida en alguna porción del Nuevo Testamento de Hechos a Apocalipsis.

Lo novedoso de esta teoría está demostrado en el hecho que prácticamente no encuentra ningún apoyo de los eruditos competentes. La falacia de dicho dogma se puede demostrar de varias maneras.

El Nuevo Testamento es muy claro en su enseñanza en cuanto a que, comenzando con el ministerio de Juan el Bautista, se estaba implementando progresivamente por parte de la autoridad divina una nueva era de instrucción. Este espacio de tiempo constituyó un período “transicional”. Durante estos días, ciertas instrucciones con respecto al reino de Cristo fueron dadas a conocer por medio del Señor y de sus apóstoles. Por supuesto, las formalidades del régimen mosaico aún estaban en vigor técnicamente, y se mantuvieron así hasta que la ley fue finalmente “clavada a la cruz” (Col. 2:14; comp. Ef. 2:14-15).

Por ejemplo, Jesús declaró: “La ley y los profetas se proclamaron hasta Juan; desde entonces se anuncian las buenas nuevas del reino de Dios, y todos se esfuerzan por entrar en él” (Lc. 16:16).

Aunque este no es el lugar para una exégesis detallada de este pasaje, el texto claramente indica que, en vista del acercamiento del reino, desde el ministerio de Juan se dio inicio a un curso preparatorio de instrucción. Ese nuevo cuerpo de información contenía muchas verdades que serían aplicables y obligatorias en la inauguración del régimen de Cristo, el cual comenzó aquel día de Pentecostés.

Contender que las enseñanzas dentro de los relatos de los evangelios no aplican en absoluto a quienes pertenecen a la era cristiana sería una manifiesta insensatez. Por ejemplo, Cristo enseñó que los hombres debían cumplir el requisito de “nacer de nuevo” para entrar en el reino de Dios (Jn. 3:3-5).

Que este proceso tenía una aplicación post-Pentecostés es obvio por los siguientes hechos. El reino de Dios no llegó hasta Pentecostés (Mr. 9:1; Hch. 1:8; 2:4), y los santos de la era post-mosaica en toda Asia [y hasta nuestros días] realizaron este procedimiento para obtener su salvación (comp. 1 Ped. 1:1-2).

Aquí el procedimiento del “nuevo nacimiento” enseñado por Cristo tuvo una aplicación post-Evangelios.

Ahora considere la siguiente amonestación del Hijo de Dios.

“Y si tu hermano peca, ve y repréndelo a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano. Pero si no te escucha, lleva contigo a uno o dos más, para que toda palabra sea confirmada por boca de dos o tres testigos. Y si rehúsa escucharlos, dilo a la iglesia; y si también rehúsa escuchar a la iglesia, sea para ti como el gentil y el recaudador de impuestos (énfasis añadido)”.

Aquí hay un contexto que no puede tener aplicación hasta el día de Pentecostés y el establecimiento de la iglesia. Este hecho solo destruye la aseveración sin fundamento de que nada en la narrativa de los Evangelios es aplicable después en la era cristiana (a menos que se repita en alguna parte entre Hechos y Apocalipsis).

Finalmente, el contexto de Mateo 19ss hace absolutamente claro que la enseñanza del Señor en cuanto al divorcio y las nuevas nupcias no era parte de la ley de Moisés. De hecho, Cristo contrasta su inminente ley con la del régimen previo.

Bajo el sistema mosaico, se permitieron prácticas libertinas en cuanto al divorcio debido a la “dureza” del corazón de la nación. Sin embargo, Jesús señaló que “desde el principio no fue así” (v. 8). El ideal divino nunca fue cambiado, y con la llegada de la era cristiana el relajamiento de la administración anterior iba a finalizar, siendo remplazado por un código de conducta marital mucho más estricto.

Y así es como Jesús declaró: “Y yo os digo que cualquiera que se divorcie de su mujer, salvo por infidelidad, y se case con otra, comete adulterio” (v. 9).

Esto es doctrina cristiana, no legislación mosaica.  Ω

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