Para poder desarrollarse, toda sociedad humana
debe establecer su propia organización y estructuras autoritativas. Eventualmente,
si alguien desea saber algo acerca de una nación, familia o asociación en
particular, muy probablemente tendrá que inquirir acerca de la naturaleza y uso
de su autoridad. Las agrupaciones humanas pueden describirse como
“dictatoriales”, “autoritarias”, “democráticas”, “igualitarias”, “republicanas”,
“liberales”, y otras similares. Cada una de estas designaciones refleja la
manera en la que se usa la autoridad dentro de esa comunidad.
Aunque es diferente de una nación, familia o
asociación, la iglesia también es una sociedad humana (entiéndase ‘compuesta
por seres humanos’) que debe tener una estructura organizacional/autoritativa
para poder esparcir su mensaje y cumplir así la Gran Comisión dada por Cristo
(Mat. 28:19-20). Debido a esto es legítimo inquirir acerca de la naturaleza y
uso de la autoridad dentro de la comunidad de los creyentes. Tal indagación es
de vital importancia, ya que de esto depende el cómo entendemos y ejercemos la
autoridad dentro de la iglesia. Aun las enseñanzas más fundamentales como la
naturaleza de Dios y la salvación se ven influenciadas por la manera en la que
definimos la autoridad.Primero, el ministerio en la iglesia del
Nuevo Testamento no era jerárquico. No puede haber duda que durante su
ministerio terrenal Jesús otorgó a algunos de sus seguidores la misión especial
de proclamar el reino de Dios. Ellos habían sido elegidos para ser Sus
representantes y debían continuar Su misión y reproducir en sus propias vidas
las características de Jesús mismo, a saber, el compromiso total y servicio a
Dios y a los demás seres humanos. Sin embargo, su testimonio no estaba basado
en su posición, rango, status, sino en la misión que habían recibido de Cristo.
Su autoridad especial estaba basada en el hecho de que ellos habían sido
testigos oculares de la presencia de Jesús en la tierra. De modo que, con la
ayuda del Espíritu Santo, esto conllevaba preservar y transmitir un confiable y
auténtico relato de la vida y enseñanzas de Jesús. Sobre esta base descansaba
el respeto único y especial hacia ellos de parte de la iglesia.
Los escritos de muchos de estos
testigos presenciales finalmente fueron recolectados en el canon del Nuevo
Testamento y así estos documentos llegaron a ser normativos para los creyentes
y su exclusividad autoritativa expresada en el popular axioma sola scriptura. Sin embargo, el Nuevo
Testamento no provee ningún apoyo para el punto de vista que esta posición
especial de la que gozaban los Doce dentro de la comunidad cristiana haya sido
transferida a algún otro tipo de líderes.
Lo que vemos en el Nuevo
Testamento es una comunidad como no hay otra igual. Era una comunidad cuyos
líderes rehuían de cualquier forma de jerarquía que les situara por encima de
los demás. De hecho, siguiendo el ejemplo de Jesús, los líderes del Nuevo
Testamento proclamaban que nosotros sólo podíamos ser una jerarquía inversa.
Continuando el ejemplo de Jesús, sus líderes solían referirse a sí mismos como doulos y diakonos tanto de Dios como de la iglesia. Acorde con esto, en I
Corintios 3:5, Pablo escribe: “Qué es,
pues, Apolos? Y ¿qué es Pablo? Servidores (diakonoi) mediante los cuales vosotros habéis creído…” En 2 Corintios 4:5,
declaró enfáticamente: “Porque no nos
predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como
siervos (doulous)”. Así que lo encontramos constantemente ensalzando a
Cristo y a los demás, mientras hablaba de sí mismo en términos poco
favorecedores tales como “el primero”
de los pecadores (1 Tim. 1:15). En otra parte escribe: “… y al último de todos, como a uno nacido fuera de tiempo, se me
apareció también a mí. Porque yo soy el más insignificante de los apóstoles,
que no soy digno de ser llamado apóstol” (1 Corintios 15:7-9). En 1
Corintios 4:1 Pablo se refiere a sí mismo y a sus colaboradores como remeros de
abajo (huperetas). A su mente vino una
imagen de una galera de un antiguo barco de guerra griego o romano con tres niveles
de remos. Pablo se sitúa a sí mismo en la parte más baja del triple remero: él
estaba debajo de los otros remeros.
Aun cuando Pablo había sido
comisionado para proclamar el evangelio, para enseñar, exhortar, reprender,
pareciera que él evitaba a propósito posicionarse en un rol por encima de los
demás creyentes. En lugar de eso, y a pesar de su posición especial como apóstol
de Cristo, conquistaba a las personas para que siguieran a Cristo, no por medio
de la autoridad de su "oficio”, sino a través del testimonio de su vida. “Sed imitadores de mí, como también yo lo soy
de Cristo” (1 Cor. 11:1; 4:16; Filp.
3:17; 4:9; 1 Tes. 1:6; 2 Tes. 3:7). Por lo tanto, con una conciencia clara, Pablo
sería capaz de escribir a los corintios que cuando su joven discípulo Timoteo
los visitara: “… él os recordará mis
caminos, los caminos en Cristo, tal como enseño en todas partes, en cada
iglesia” (1 Cor. 4:17). De manera que, ésta era la forma como él vivía, y
no su posición, lo que identificaba la auténtica autoridad de Pablo en la
iglesia.
Aun cuando todos los creyentes
eran llamados a ser siervos de Dios y de los demás, esto aplicaba especialmente
a los líderes en la comunidad cristiana quienes, según la enseñanza de Cristo,
debían considerarse a sí mismos como “inferiores a los demás”, y así
convertirse en un ejemplo para aquellos que estaban bajo su cuidado. Pedro hizo
eco de Jesús cuando escribió a los ancianos de la iglesia: “Pastoread el rebaño de Dios entre vosotros… no
como teniendo señorío [katakurieontes] sobre
los que os han sido confiados, sino demostrando ser ejemplos del rebaño” (1
Pedro 5:2-5). Esta era la razón primaria por la que Pablo, Santiago y Pedro
frecuentemente se presentaban a sí mismos ante las congregaciones como esclavos
(douloi) de Cristo (Rom. 1:1; Stgo.
1:1; 2 Pe. 1:1). Todo esto nos sugiere que el liderazgo del Nuevo Testamento no
tenía que ver con tener “autoridad” sobre los demás, tener “la última palabra”
o poseer un “oficio por ordenación”. Más bien tenía que ver con la actitud de
Pablo, Pedro y de otros líderes de la iglesia del Nuevo Testamento, quienes
eran guiados por el ejemplo de devoción hacia su Señor y hacia los demás. Este
era el fundamento de la genuina autoridad cristiana.
Viendo el liderazgo de la iglesia
desde la perspectiva anterior, aun los obispos (episcopes, en 1 Tim. 3:1) o ancianos (presbyterous en Tito 1:9) ciertamente eran personas especiales
pero, con todo y su privilegio de ser los únicos de quienes se dice que
“gobiernan” a la congregación (1 Tim. 5:17) estaban allí principalmente para
servir al Señor y a la comunidad. Estaban para guiar con el ejemplo más que con
la autoridad de su posición. Aún ellos estarían siempre bajo la mirada atenta y
la posibilidad de llamado de atención de parte de la congregación dentro de
ciertos límites (llevar uno o dos testigos delante del evangelista, 1 Tim.
5:19-20). ¡Aún con toda la especialidad de su posición si persistían en caer en
los mismos errores podían ser reprendidos delante de todos! La grandeza de
ninguna persona dentro de la iglesia está por encima de la iglesia. Y si esto
es cierto en cuanto a los ancianos, ¿será menos cierto cuando se trata de
varones que con su liderazgo están atendiendo los asuntos de la congregación
local pero que no tienen la posición ni privilegios de los obispos?
El liderazgo de la iglesia
en ausencia de ancianos está en manos de los varones. Hay un orden que
existe en la misma naturaleza del esquema divino de las cosas. En su primera
epístola a los corintios Pablo declara: “Pero quiero que sepáis que la
cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el hombre, y
la cabeza de Cristo es Dios” (11:3).
Hay dos asuntos de interés aquí:
1. ¿Cuál es el significado del
término “cabeza”?
2. ¿El término griego aner en este pasaje denota “hombre” o
“esposo”’? Ya que éste puede significar lo uno o lo otro dependiendo del
contexto.
La mejor evidencia indica que la
palabra kephale (cabeza) refleja, en
este caso, la idea de “autoridad”. Un pasaje del Antiguo Testamento griego
dice: “Tú me has librado también de las contiendas de mi pueblo; me has
guardado para ser cabeza de naciones; pueblo que yo no conocía me sirve”
(2 Sam. 22:44).
El sentido de “autoridad” es el
punto de vista predominante de los eruditos en griego (Thayer, Greek-English Lexicon, 345; Danker, Greek-English Lexicon, 542). Price dice
que en este pasaje el término denota “alguien que mantiene una posición de
autoridad y liderazgo” (Bromiley, International
Standard Bible Encyclopedia — Revised, II, p. 640).
Es el hombre, entonces, quien es
cabeza (figura de autoridad) sobre la mujer — no viceversa.
Aunque muchos ven la referencia
aquí a la autoridad del esposo sobre la esposa (como en Ef. 5:23), este
contexto difícilmente sugiere eso. Pablo dice que Cristo es la “cabeza” del aner. ¿Acaso el Señor sólo es cabeza de
los “esposos”, o Él es la cabeza de todos los “hombres” en general? Lo último
parece ser lo más obvio. Este es el sentido reflejado en la mayoría de las
traducciones. Así que, por el momento es suficiente decir que este es el
arreglo divino en cuanto a la autoridad, sino en la sociedad en general, por lo
menos en la iglesia.
Segundo, hay una prohibición apostólica en contra de que la mujer ejerza
autoridad sobre el varón. Pablo escribe:
“Yo no permito que la mujer
enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre, sino que permanezca callada” (1
Tim. 2:12).
El infinitivo griego authentein, traducido como “ejerza
autoridad” (LBLA) significa simplemente “aplique autoridad” o “tenga autoridad”
sobre alguien. Danker observa que esto prácticamente significa “decir al hombre
lo que tiene que hacer” (150).
Como un punto concluyente de esta
sección, debe tomarse en cuenta que las instrucciones de Pablo en esta
narrativa están basadas en lo que se estableció en el contexto de la creación
(Gén. 1-3); por consiguiente, no son instrucciones por algún prejuicio cultural
como alegan algunos. La restricción es aplicable a la iglesia de hoy día.
Tercero, Cómo manejar los asuntos de la iglesia. Con estas instrucciones
divinas ante nosotros, ahora apliquémoslas a cómo se deben conducir los asuntos
de la iglesia en ausencia de ancianos. Aquí hay algunos hechos básicos:
1. Todos
los asuntos relacionados con ley están determinados por las Escrituras; ningún
ser humano tiene poder de decisión en esta área.
2. Asuntos
de conveniencia; a saber, los métodos opcionales para implementar la voluntad
divina, deben ser decididos por alguien — si la congregación no tiene ancianos.
3. Ninguna
persona (como Diótrefes, 3 Jn. o el sistema moderno del pastor) ni un
casi-ancianato (como una “Junta Directiva” o “Comité de Liderazgo”) deben
operar como un cuerpo de toma de decisiones para la iglesia (aunque una
directiva para temas legales de acuerdo con lo que exige la ley civil se puede
nombrar sin afectar el esquema divino dentro de la congregación local en los
asuntos espirituales).
4. Las
mujeres no deben operar en roles que conlleven ejercer autoridad sobre los
varones.
5. Los
asuntos de la iglesia deben conducirse decentemente y con orden (comp. 1 Cor.
14:40).
El liderazgo de la iglesia
conllevaba requisitos que fueron determinados por los apóstoles pero evaluados
por el testimonio de la congregación local. Desde que la iglesia creció al
punto de ser demasiado grande como para ser manejada sólo por los apóstoles, se
hizo necesario designar a líderes dentro de la comunidad cristiana que pudieran
dar apoyo a la labor apostólica. ¿Cómo
fueron designados estos varones? Los apóstoles dieron algunos requisitos
básicos: (1) Buena reputación, (2) llenos del Espíritu Santo [gr. Pleres, “Cuando se usa con respecto a
una persona con el caso genitivo éste conlleva la idea de ser llenado de poder,
un don, características, cualidades, etc.” (Greek-English Lexicon, Arndt & Gingrich); comp. Jn. 1:14; Lc.
4:1; Hch. 6:3, 5, 8; 7:55; 11:24; 9:36; 13:10. Se usa también en la LXX para
estar “lleno de pecado” (Isa. 1:4)]. Estos hombres estaban llenos de poder
divino (6:8). (3) Llenos de sabiduría.
Para administrar en medio de un conflicto de intereses, en medio de personas
tan territoriales, se requería de ellos una medida excelente de sabiduría y de
respeto de parte de la membresía. Un respeto ganado desde mucho antes de su
elección.
Nadie debe llegar a atender los
asuntos de la congregación local sólo porque “no hay más varones”, o porque “es
quien más ofrenda” o “porque es quien más tiempo tiene de convertido”. Dirigir
al pueblo de Dios no es un asunto indiferente ni puede llevarlo a cabo
cualquier persona. Como se diría alguna vez acerca de los ancianos, “no un neófito para que no se envanezca y caiga
en la condenación en la que cayó el diablo” (1 Tim. 3:6). Es importantísimo
tener presente que a uno no “lo nombran líder”, uno ya es un líder desde mucho
antes y ese liderazgo, si va a acompañado de una buena reputación de vida y de
sabiduría, es lo que nos debe llevar a estar al frente dirigiendo, mas no
imponiendo, a la comunidad de creyentes hacia donde lo indiquen Las Escrituras.
Como podemos ver en este caso registrado en Hechos 6, aun cuando los apóstoles
eran los guías espirituales de la iglesia, ellos pidieron que fuera la
congregación local la que designara a sus servidores.
Los líderes de hoy serán
los ancianos de mañana. Los requisitos exigidos a los ancianos deben
manifestarse en los que no lo son aún pero aspiran serlo. Es una carrera
espiritual en la cual la meta se alcanza cumpliendo los requerimientos a lo
largo de la pista. Un líder congregacional debe ser un anciano en potencia, en
formación y en obras. Su conducta debe ser ejemplar, su deseo de servir debe
ser evidente a todos, y su corazón debe estar gobernado por la humildad en todo
momento. El líder cristiano debe tener en cuenta que no es un jefe, ni la
compañía de otros líderes hace de ellos una Junta Directiva que imponga
decisiones sobre la membresía o que sea “el grupo de la última palabra”. Tal
como lo hicieron los apóstoles (Hch. 6), los líderes cristianos están para
orientar a la congregación en sus decisiones, y no para tomarlas pues ellos (la
iglesia) tienen la capacidad para tomarlas por sí mismos (1 Corintios 6:2-3).
Dios ha dado a los santos su Espíritu Santo, esto debe ser suficiente para
considerarles preparados para juzgar o discernir qué es lo mejor en temas de conveniencia,
y les ha dado la guía de la Escritura para que sepan qué decir y qué hacer en
temas doctrinales (2 Tim. 3:16-17). Muchos de los abusos en temas de
conveniencia y de las desviaciones en asuntos doctrinales se deben al “poder”
que se le ha concedido al denominado “Grupo de Varones” quienes legislan como
ancianos sin serlo y estando a años-luz del modelo de liderazgo que Cristo
enseñó a sus discípulos. Y, como con toda élite sedienta de autoridad, ellos
pelearán y resentirán que tratemos de arrebatarles su sitial y entregarles la
toalla y la palangana que usó el Maestro. Si vamos a enseñar en contra de este
“modelo humano” de liderazgo debemos estar preparados para que tomen piedras y
nos lancen su odio. ¡En el mundo tendremos persecución, pero confiad, Cristo ha
vencido al mundo!
CONCLUSIÓN:
A. Es común a la naturaleza humana sentirse atraída por un
liderazgo como el de Jesús, y rechazar el autoritarismo de quienes se apoyan
únicamente en el prestigio de su posición. Una posición que ha sido dada por
Jesús para “servir, ayudar y trabajar” (1 Corintios 16:15-18). A quienes sirven
con el modelo de Jesús, como Estéfanas y su familia, nos debemos sujetar y les
debemos tener en grande estima.
B. Entiendo que el término “esclavo” tiene pocas connotaciones
positivas, ya que éste no implica ningún honor, ni gloria ni status ni rango. A
nadie le agrada eso. Y, sin embargo, esta es la palabra que Jesús usó para
describirse a Sí mismo y a su obra; esta es la palabra que los apóstoles usaron
para describirse a sí mismos y a su obra como también a la de sus colaboradores.
C. La auténtica autoridad cristiana está en el auténtico líder
cristiano, el que guía a la congregación con el ejemplo de humildad y servicio,
y que instruye al pueblo de Dios con la sana doctrina. La autoridad no reside
en nosotros ni en los títulos que nos atribuimos (encargado de la congregación,
predicador principal, etc) sino en el mensaje que predicamos y en la vida
nuestra, siempre que ésta imite a la de Cristo Jesús.
D. En lugar de procurar excusas para gobernar, busquemos
oportunidades para servir. Abandonemos las ansias de mandar, de decidir, de
determinar y despojémonos de toda vanidad, tomando forma de siervos y siendo
obedientes hasta la muerte. En lugar de imponer nuestros puntos de vista a la
iglesia, dejemos que las congregaciones crezcan tomando sus propias decisiones
mientras nosotros les guiamos sabiamente y les orientamos. Si respetamos a la
iglesia, estamos dándole el lugar que Cristo le tiene. La iglesia es la esposa
del Cordero, el reino de los cielos y el cuerpo de Cristo, Aquel cuya plenitud
lo llena todo y la única Cabeza de la iglesia. Ante Él y sólo ante Él “se
doblará toda rodilla”.
¡A Él sea gloria en la iglesia en
Cristo Jesús por todas las generaciones!
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