martes, 4 de marzo de 2014

La Autoridad del Líder Cristiano Definida por Jesús y sus apóstoles


Para poder desarrollarse, toda sociedad humana debe establecer su propia organización y estructuras autoritativas. Eventualmente, si alguien desea saber algo acerca de una nación, familia o asociación en particular, muy probablemente tendrá que inquirir acerca de la naturaleza y uso de su autoridad. Las agrupaciones humanas pueden describirse como “dictatoriales”, “autoritarias”, “democráticas”, “igualitarias”, “republicanas”, “liberales”, y otras similares. Cada una de estas designaciones refleja la manera en la que se usa la autoridad dentro de esa comunidad.

Aunque es diferente de una nación, familia o asociación, la iglesia también es una sociedad humana (entiéndase ‘compuesta por seres humanos’) que debe tener una estructura organizacional/autoritativa para poder esparcir su mensaje y cumplir así la Gran Comisión dada por Cristo (Mat. 28:19-20). Debido a esto es legítimo inquirir acerca de la naturaleza y uso de la autoridad dentro de la comunidad de los creyentes. Tal indagación es de vital importancia, ya que de esto depende el cómo entendemos y ejercemos la autoridad dentro de la iglesia. Aun las enseñanzas más fundamentales como la naturaleza de Dios y la salvación se ven influenciadas por la manera en la que definimos la autoridad.Primero, el ministerio en la iglesia del Nuevo Testamento no era jerárquico. No puede haber duda que durante su ministerio terrenal Jesús otorgó a algunos de sus seguidores la misión especial de proclamar el reino de Dios. Ellos habían sido elegidos para ser Sus representantes y debían continuar Su misión y reproducir en sus propias vidas las características de Jesús mismo, a saber, el compromiso total y servicio a Dios y a los demás seres humanos. Sin embargo, su testimonio no estaba basado en su posición, rango, status, sino en la misión que habían recibido de Cristo. Su autoridad especial estaba basada en el hecho de que ellos habían sido testigos oculares de la presencia de Jesús en la tierra. De modo que, con la ayuda del Espíritu Santo, esto conllevaba preservar y transmitir un confiable y auténtico relato de la vida y enseñanzas de Jesús. Sobre esta base descansaba el respeto único y especial hacia ellos de parte de la iglesia.

Los escritos de muchos de estos testigos presenciales finalmente fueron recolectados en el canon del Nuevo Testamento y así estos documentos llegaron a ser normativos para los creyentes y su exclusividad autoritativa expresada en el popular axioma sola scriptura. Sin embargo, el Nuevo Testamento no provee ningún apoyo para el punto de vista que esta posición especial de la que gozaban los Doce dentro de la comunidad cristiana haya sido transferida a algún otro tipo de líderes.

Lo que vemos en el Nuevo Testamento es una comunidad como no hay otra igual. Era una comunidad cuyos líderes rehuían de cualquier forma de jerarquía que les situara por encima de los demás. De hecho, siguiendo el ejemplo de Jesús, los líderes del Nuevo Testamento proclamaban que nosotros sólo podíamos ser una jerarquía inversa. Continuando el ejemplo de Jesús, sus líderes solían referirse a sí mismos como doulos y diakonos tanto de Dios como de la iglesia. Acorde con esto, en I Corintios 3:5, Pablo escribe: “Qué es, pues, Apolos? Y ¿qué es Pablo? Servidores (diakonoi) mediante los cuales vosotros habéis creído…” En 2 Corintios 4:5, declaró enfáticamente: “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos (doulous)”. Así que lo encontramos constantemente ensalzando a Cristo y a los demás, mientras hablaba de sí mismo en términos poco favorecedores tales como “el primero” de los pecadores (1 Tim. 1:15). En otra parte escribe: “… y al último de todos, como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció también a mí. Porque yo soy el más insignificante de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol” (1 Corintios 15:7-9). En 1 Corintios 4:1 Pablo se refiere a sí mismo y a sus colaboradores como remeros de abajo (huperetas). A su mente vino una imagen de una galera de un antiguo barco de guerra griego o romano con tres niveles de remos. Pablo se sitúa a sí mismo en la parte más baja del triple remero: él estaba debajo de los otros remeros.

Aun cuando Pablo había sido comisionado para proclamar el evangelio, para enseñar, exhortar, reprender, pareciera que él evitaba a propósito posicionarse en un rol por encima de los demás creyentes. En lugar de eso, y a pesar de su posición especial como apóstol de Cristo, conquistaba a las personas para que siguieran a Cristo, no por medio de la autoridad de su "oficio”, sino a través del testimonio de su vida. “Sed imitadores de mí, como también yo lo soy de Cristo” (1 Cor. 11:1;  4:16; Filp. 3:17; 4:9; 1 Tes. 1:6; 2 Tes. 3:7). Por lo tanto, con una conciencia clara, Pablo sería capaz de escribir a los corintios que cuando su joven discípulo Timoteo los visitara: “… él os recordará mis caminos, los caminos en Cristo, tal como enseño en todas partes, en cada iglesia” (1 Cor. 4:17). De manera que, ésta era la forma como él vivía, y no su posición, lo que identificaba la auténtica autoridad de Pablo en la iglesia.

Aun cuando todos los creyentes eran llamados a ser siervos de Dios y de los demás, esto aplicaba especialmente a los líderes en la comunidad cristiana quienes, según la enseñanza de Cristo, debían considerarse a sí mismos como “inferiores a los demás”, y así convertirse en un ejemplo para aquellos que estaban bajo su cuidado. Pedro hizo eco de Jesús cuando escribió a los ancianos de la iglesia: “Pastoread el rebaño de Dios entre vosotros… no como teniendo señorío [katakurieontes] sobre los que os han sido confiados, sino demostrando ser ejemplos del rebaño” (1 Pedro 5:2-5). Esta era la razón primaria por la que Pablo, Santiago y Pedro frecuentemente se presentaban a sí mismos ante las congregaciones como esclavos (douloi) de Cristo (Rom. 1:1; Stgo. 1:1; 2 Pe. 1:1). Todo esto nos sugiere que el liderazgo del Nuevo Testamento no tenía que ver con tener “autoridad” sobre los demás, tener “la última palabra” o poseer un “oficio por ordenación”. Más bien tenía que ver con la actitud de Pablo, Pedro y de otros líderes de la iglesia del Nuevo Testamento, quienes eran guiados por el ejemplo de devoción hacia su Señor y hacia los demás. Este era el fundamento de la genuina autoridad cristiana.

Viendo el liderazgo de la iglesia desde la perspectiva anterior, aun los obispos (episcopes, en 1 Tim. 3:1) o ancianos (presbyterous en Tito 1:9) ciertamente eran personas especiales pero, con todo y su privilegio de ser los únicos de quienes se dice que “gobiernan” a la congregación (1 Tim. 5:17) estaban allí principalmente para servir al Señor y a la comunidad. Estaban para guiar con el ejemplo más que con la autoridad de su posición. Aún ellos estarían siempre bajo la mirada atenta y la posibilidad de llamado de atención de parte de la congregación dentro de ciertos límites (llevar uno o dos testigos delante del evangelista, 1 Tim. 5:19-20). ¡Aún con toda la especialidad de su posición si persistían en caer en los mismos errores podían ser reprendidos delante de todos! La grandeza de ninguna persona dentro de la iglesia está por encima de la iglesia. Y si esto es cierto en cuanto a los ancianos, ¿será menos cierto cuando se trata de varones que con su liderazgo están atendiendo los asuntos de la congregación local pero que no tienen la posición ni privilegios de los obispos?

El liderazgo de la iglesia en ausencia de ancianos está en manos de los varones. Hay un orden que existe en la misma naturaleza del esquema divino de las cosas. En su primera epístola a los corintios Pablo declara: “Pero quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios” (11:3).

Hay dos asuntos de interés aquí:

1. ¿Cuál es el significado del término “cabeza”?
2. ¿El término griego aner en este pasaje denota “hombre” o “esposo”’? Ya que éste puede significar lo uno o lo otro dependiendo del contexto.

La mejor evidencia indica que la palabra kephale (cabeza) refleja, en este caso, la idea de “autoridad”. Un pasaje del Antiguo Testamento griego dice: “Tú me has librado también de las contiendas de mi pueblo; me has guardado para ser cabeza de naciones; pueblo que yo no conocía me sirve” (2 Sam. 22:44).

El sentido de “autoridad” es el punto de vista predominante de los eruditos en griego (Thayer, Greek-English Lexicon, 345; Danker, Greek-English Lexicon, 542). Price dice que en este pasaje el término denota “alguien que mantiene una posición de autoridad y liderazgo” (Bromiley, International Standard Bible Encyclopedia — Revised, II, p. 640).

Es el hombre, entonces, quien es cabeza (figura de autoridad) sobre la mujer — no viceversa.

Aunque muchos ven la referencia aquí a la autoridad del esposo sobre la esposa (como en Ef. 5:23), este contexto difícilmente sugiere eso. Pablo dice que Cristo es la “cabeza” del aner. ¿Acaso el Señor sólo es cabeza de los “esposos”, o Él es la cabeza de todos los “hombres” en general? Lo último parece ser lo más obvio. Este es el sentido reflejado en la mayoría de las traducciones. Así que, por el momento es suficiente decir que este es el arreglo divino en cuanto a la autoridad, sino en la sociedad en general, por lo menos en la iglesia.

Segundo, hay una prohibición apostólica en contra de que la mujer ejerza autoridad sobre el varón. Pablo escribe:

“Yo no permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre, sino que permanezca callada” (1 Tim. 2:12).

El infinitivo griego authentein, traducido como “ejerza autoridad” (LBLA) significa simplemente “aplique autoridad” o “tenga autoridad” sobre alguien. Danker observa que esto prácticamente significa “decir al hombre lo que tiene que hacer” (150). 

Los apóstoles prohibieron que la mujer ejerciera algún rol que conllevara tener autoridad sobre el hombre. Así que a la mujer cristiana no le está permitido funcionar en una capacidad en la cual ella decida los asuntos de la iglesia y el hombre tenga que seguirla.

Como un punto concluyente de esta sección, debe tomarse en cuenta que las instrucciones de Pablo en esta narrativa están basadas en lo que se estableció en el contexto de la creación (Gén. 1-3); por consiguiente, no son instrucciones por algún prejuicio cultural como alegan algunos. La restricción es aplicable a la iglesia de hoy día.

Tercero, Cómo manejar los asuntos de la iglesia. Con estas instrucciones divinas ante nosotros, ahora apliquémoslas a cómo se deben conducir los asuntos de la iglesia en ausencia de ancianos. Aquí hay algunos hechos básicos:

1.       Todos los asuntos relacionados con ley están determinados por las Escrituras; ningún ser humano tiene poder de decisión en esta área.

2.       Asuntos de conveniencia; a saber, los métodos opcionales para implementar la voluntad divina, deben ser decididos por alguien — si la congregación no tiene ancianos.

3.       Ninguna persona (como Diótrefes, 3 Jn. o el sistema moderno del pastor) ni un casi-ancianato (como una “Junta Directiva” o “Comité de Liderazgo”) deben operar como un cuerpo de toma de decisiones para la iglesia (aunque una directiva para temas legales de acuerdo con lo que exige la ley civil se puede nombrar sin afectar el esquema divino dentro de la congregación local en los asuntos espirituales).

4.       Las mujeres no deben operar en roles que conlleven ejercer autoridad sobre los varones.

5.       Los asuntos de la iglesia deben conducirse decentemente y con orden (comp. 1 Cor. 14:40).

El liderazgo de la iglesia conllevaba requisitos que fueron determinados por los apóstoles pero evaluados por el testimonio de la congregación local. Desde que la iglesia creció al punto de ser demasiado grande como para ser manejada sólo por los apóstoles, se hizo necesario designar a líderes dentro de la comunidad cristiana que pudieran dar apoyo a la labor apostólica.  ¿Cómo fueron designados estos varones? Los apóstoles dieron algunos requisitos básicos: (1) Buena reputación, (2) llenos del Espíritu Santo [gr. Pleres, “Cuando se usa con respecto a una persona con el caso genitivo éste conlleva la idea de ser llenado de poder, un don, características, cualidades, etc.” (Greek-English Lexicon, Arndt & Gingrich); comp. Jn. 1:14; Lc. 4:1; Hch. 6:3, 5, 8; 7:55; 11:24; 9:36; 13:10. Se usa también en la LXX para estar “lleno de pecado” (Isa. 1:4)]. Estos hombres estaban llenos de poder divino (6:8). (3) Llenos de sabiduría. Para administrar en medio de un conflicto de intereses, en medio de personas tan territoriales, se requería de ellos una medida excelente de sabiduría y de respeto de parte de la membresía. Un respeto ganado desde mucho antes de su elección.

Nadie debe llegar a atender los asuntos de la congregación local sólo porque “no hay más varones”, o porque “es quien más ofrenda” o “porque es quien más tiempo tiene de convertido”. Dirigir al pueblo de Dios no es un asunto indiferente ni puede llevarlo a cabo cualquier persona. Como se diría alguna vez acerca de los ancianos, “no un neófito para que no se envanezca y caiga en la condenación en la que cayó el diablo” (1 Tim. 3:6). Es importantísimo tener presente que a uno no “lo nombran líder”, uno ya es un líder desde mucho antes y ese liderazgo, si va a acompañado de una buena reputación de vida y de sabiduría, es lo que nos debe llevar a estar al frente dirigiendo, mas no imponiendo, a la comunidad de creyentes hacia donde lo indiquen Las Escrituras. Como podemos ver en este caso registrado en Hechos 6, aun cuando los apóstoles eran los guías espirituales de la iglesia, ellos pidieron que fuera la congregación local la que designara a sus servidores.

Los líderes de hoy serán los ancianos de mañana. Los requisitos exigidos a los ancianos deben manifestarse en los que no lo son aún pero aspiran serlo. Es una carrera espiritual en la cual la meta se alcanza cumpliendo los requerimientos a lo largo de la pista. Un líder congregacional debe ser un anciano en potencia, en formación y en obras. Su conducta debe ser ejemplar, su deseo de servir debe ser evidente a todos, y su corazón debe estar gobernado por la humildad en todo momento. El líder cristiano debe tener en cuenta que no es un jefe, ni la compañía de otros líderes hace de ellos una Junta Directiva que imponga decisiones sobre la membresía o que sea “el grupo de la última palabra”. Tal como lo hicieron los apóstoles (Hch. 6), los líderes cristianos están para orientar a la congregación en sus decisiones, y no para tomarlas pues ellos (la iglesia) tienen la capacidad para tomarlas por sí mismos (1 Corintios 6:2-3). Dios ha dado a los santos su Espíritu Santo, esto debe ser suficiente para considerarles preparados para juzgar o discernir qué es lo mejor en temas de conveniencia, y les ha dado la guía de la Escritura para que sepan qué decir y qué hacer en temas doctrinales (2 Tim. 3:16-17). Muchos de los abusos en temas de conveniencia y de las desviaciones en asuntos doctrinales se deben al “poder” que se le ha concedido al denominado “Grupo de Varones” quienes legislan como ancianos sin serlo y estando a años-luz del modelo de liderazgo que Cristo enseñó a sus discípulos. Y, como con toda élite sedienta de autoridad, ellos pelearán y resentirán que tratemos de arrebatarles su sitial y entregarles la toalla y la palangana que usó el Maestro. Si vamos a enseñar en contra de este “modelo humano” de liderazgo debemos estar preparados para que tomen piedras y nos lancen su odio. ¡En el mundo tendremos persecución, pero confiad, Cristo ha vencido al mundo!

CONCLUSIÓN:

A. Es común a la naturaleza humana sentirse atraída por un liderazgo como el de Jesús, y rechazar el autoritarismo de quienes se apoyan únicamente en el prestigio de su posición. Una posición que ha sido dada por Jesús para “servir, ayudar y trabajar” (1 Corintios 16:15-18). A quienes sirven con el modelo de Jesús, como Estéfanas y su familia, nos debemos sujetar y les debemos tener en grande estima.

B. Entiendo que el término “esclavo” tiene pocas connotaciones positivas, ya que éste no implica ningún honor, ni gloria ni status ni rango. A nadie le agrada eso. Y, sin embargo, esta es la palabra que Jesús usó para describirse a Sí mismo y a su obra; esta es la palabra que los apóstoles usaron para describirse a sí mismos y a su obra como también a la de sus colaboradores.

C. La auténtica autoridad cristiana está en el auténtico líder cristiano, el que guía a la congregación con el ejemplo de humildad y servicio, y que instruye al pueblo de Dios con la sana doctrina. La autoridad no reside en nosotros ni en los títulos que nos atribuimos (encargado de la congregación, predicador principal, etc) sino en el mensaje que predicamos y en la vida nuestra, siempre que ésta imite a la de Cristo Jesús.

D. En lugar de procurar excusas para gobernar, busquemos oportunidades para servir. Abandonemos las ansias de mandar, de decidir, de determinar y despojémonos de toda vanidad, tomando forma de siervos y siendo obedientes hasta la muerte. En lugar de imponer nuestros puntos de vista a la iglesia, dejemos que las congregaciones crezcan tomando sus propias decisiones mientras nosotros les guiamos sabiamente y les orientamos. Si respetamos a la iglesia, estamos dándole el lugar que Cristo le tiene. La iglesia es la esposa del Cordero, el reino de los cielos y el cuerpo de Cristo, Aquel cuya plenitud lo llena todo y la única Cabeza de la iglesia. Ante Él y sólo ante Él “se doblará toda rodilla”.


¡A Él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las generaciones!

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