domingo, 31 de enero de 2016

La Guerra Santa según la Biblia

Después de cuatro décadas como nómadas y del fallecimiento de una generación incrédula, una nueva generación de israelitas se encontraba de pie al oeste del Jordán esperando por entrar a su tan anhelado nuevo hogar. Con las palabras divinamente inspiradas de Deuteronomio, Moisés los preparó para ser el pueblo que Dios se propuso que fueran en el lugar que Él había prometido a sus ancestros.
Sin embargo, esas tierras ya estaban ocupadas por naciones más numerosas y poderosas (Deut. 7:1) además de otros poderes regionales que mantenían su mirada atenta a este cruce estratégico continental. El conflicto era inevitable. No se extrañe que Deuteronomio 20 inicie así, “Cuando salgas a la batalla contra tus enemigos…”

DEUTERONOMIO 20

El recurso humano

Israel se involucraría en la guerra con instrucciones, ayudas y garantías divinas (Deut. 20:1-4). Dios los conduciría a la victoria sobre sus distantes adversarios y sobre las ciudades de la tierra prometida (Deut. 20:13, 14, 16). El sacerdote apelaría al coraje de las tropas con palabras de fe, resaltando la naturaleza sagrada de las invasiones (Deut. 20:2-4).

Mucho antes, Moisés había asegurado a sus temerosos compatriotas, “El Señor peleará por vosotros mientras vosotros os quedáis callados” (Éx. 14:14). El mismo mar que se abrió como una puerta de libertad para los israelitas se cerró como una tumba de agua sobre el ejército egipcio. La canción que surgió por este motivo proclamaba, “Canto al Señor porque ha triunfado gloriosamente; al caballo y a su jinete ha arrojado al mar… El Señor es fuerte guerrero; el Señor es su nombre” (Éx. 15:1, 3). Cuando estos peregrinos estaban muy cansados y débiles en la subsiguiente travesía, fueron atacados. Esta vez se eligieron hombres entre todo Israel para responder activamente en batalla. Mientras Moisés sostenía en alto sus manos, ellos derrotaban a los amalecitas con la espada. El Señor prometió borrar la memoria de Amalec y que haría guerra contra ellos de generación en generación (Éx. 17:14-16). Dios exhortó a Israel a no olvidar la crueldad de los amalecitas (Deut. 25:17-19).

La nueva generación de israelitas ya había conocido la victoria en los enfrentamientos contra Sehón y Og, obstinados reyes de los amorreos y de Basán (Núm. 21:21-35). Los recordatorios de aquellos triunfos concedidos por Dios avivaban el fuego inspirador de Moisés en Deuteronomio (1:4; 2; 3; 29:7-8; 31:4). Israel necesitaba no temer, “porque el Señor vuestro Dios es el que va con vosotros, para pelear por vosotros contra vuestros enemigos, para salvaros” (Deut. 20:4).

Dios prometió guiar a los israelitas en sus batallas, pero no todo hombre prestaría servicio militar (Deut. 20:5-8). Los propietarios de una nueva viña, los propietarios de una casa nueva y los recién casados (comp. Deut. 24:5) estaban exonerados. Dios pretendía asegurar la tierra para su pueblo de manera que estos pudieran servirle sosegadamente, disfrutando aquella normalidad que estos hombres estaban a punto de comenzar a experimentar. Ni Dios quería a los cobardes que pudieran contagiar a sus filas (Deut. 20:9). “Prácticamente esta excepción podía ser utilizada por cualquier soldado que no quisiera pelear, de modo que sólo la propia conciencia, el coraje y especialmente la fe podían impulsarlo a uno a enrolarse en las campañas de la milicia de Israel (Woods, 256).

Estrategias

Dios ordenó la diplomacia como “Plan A” cuando se acercaran a las puertas de las ciudades distantes. Los términos de paz aceptados resultarían en servidumbre de éstas hacia los israelitas. Contra las ciudades que se resistieran, Dios orquestaría un asedio israelita victorioso. Todos sus varones debían morir a espada mientras que todos y todo lo demás quedaría como botín para Israel (Deut. 20:10-15).

La negociación no formaba parte del plan de Dios para conquistar la tierra prometida. “Pero en las ciudades de estos pueblos que el Señor tu Dios te da en heredad, no dejarás con vida nada que respire, sino que los destruirás por completo…” (Deut. 20:16-17). Una instrucción previa ordenaba estrictamente, “No harás alianza con ellos ni te apiadarás de ellos” (Deut. 7:2; comp. 7:16). ¿Por qué? Primeramente, esto no solamente eran enemigos de Israel, sino enemigos de Dios. Su carácter depravado había rebasado el límite de la tolerancia (Gén. 15:16; Deut. 9:5). Segundo, la táctica era profiláctica, “para que ellos no os enseñen a imitar todas las abominaciones que ellos han hecho con sus dioses y no pequéis contra el Señor vuestro Dios” (Deut. 20:18).

Aun cuando estos enemigos iban a sentir toda la potencia del juicio de Dios por medio de los israelitas, los árboles que proveyeran alimento en sus alrededores debían ser protegidos (Deut. 20:19-20). Dios cuidaba la tierra (Deut. 11:11-12). Otras regulaciones militares específicas tenían el objeto de regular el trato hacia las prisioneras (Deut. 21:10-14) y con respecto a la higiene y santidad del campamento (Deut. 23:9-14).

Atrocidad y Genocidio

Muchos con una mentalidad moderna quedan en shock al percibir la atrocidad ordenada en  Deuteronomio 20. No dejar con vida nada que respire, sino “que los destruirás por completo” (tanto mujeres como niños y aun los animales) hoy día recibe el nombre abominable de “genocidio”. La palabra hebrea es herem, y muchos eruditos bíblicos la llaman “la proscripción”. El herem enviaba un mensaje alto y claro acerca de la santidad de Dios y del pecado humano. El herem no era ordenado arbitrariamente sino que se enfocaba en las sociedades extremadamente pecaminosas con las cuales Dios había mostrado mucha paciencia.

Las personas no serían destruidas por causa de su raza. Aunque Deuteronomio 20 contempla a Israel como el brazo de la justicia de Dios contra otras naciones, Dios también ordenó que Israel volviera su espada contra sus propias ciudades y sus ciudadanos  si éstos se convertían en idólatras (Deut. 13:12-18; 17:2-7). Dios pelearía a favor o en contra de Israel (Deut. 28:7, 25). Su bendición requería obediencia de parte de ellos.

La subsiguiente historia del Antiguo Testamento muestra que Israel fue errático en llevar a cabo el juicio de Dios tal como se les había instruido. Este fracaso dejó a Israel vulnerable a las influencias paganas de las cuales Dios quería mantenerlos alejados. Ellos se volvieron como las ciudades que continuaban a su alrededor y eventualmente se dividieron. Los dos reinos titubearon por largo tiempo, pero la infatuación con la religión falsa que los rodeaba condujo a la caída tanto del uno como del otro, tal como Dios les había advertido. Ellos habían perdido su admiración por Dios.


¿QUÉ HA CAMBIADO?

Dentro de esta ley reiterada (Deut. 1:5) y pacto reconfirmado (Deut. 29:1), Moisés declaró: “Un profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará el Señor tu Dios; a él oiréis” (Deut. 18:15). Ese profeta es Jesús, quien clavó las demandas de la ley de Moisés en la cruz (Col. 2:14) y ahora es Mediador de un Nuevo Pacto (Heb. 9:15). Por esta y otras razones, “el caso para la guerra no puede defenderse utilizando solamente el precedente del Antiguo Testamento” (Rae, 246).

Ninguna nación política de hoy recibe órdenes verbales directamente de parte de Dios para ir a la guerra. Dios ha dicho lo que Él quería decir a los hombres modernos a través de su Hijo Jesús (Heb. 1:2) en la fe entregada una sola vez (Jud. 3). Ni siquiera el Israel del Antiguo Testamento tenía autorización total para hacer guerra. Los infieles israelitas fracasaron en pelear cuando Dios se los ordenó (Deut. 1:19-33) y fueron derrotados en batalla cuando actuaron en contra de las instrucciones divinas (Deut. 1:41-46).

“El antiguo Israel era iglesia y estado, un status que no puede ser reclamado por ninguna otra entidad política” (citado por Cowles, 201). Ni los Estados Unidos ni el moderno Estado de Israel, ni alguna otra nación es una verdadera teocracia ni juega un rol especial en el plan de Dios.

En Deuteronomio, la guerra en la cual los israelitas cooperarían con Dios contra los pueblos que ocupaban Palestina tenía objetivos muy específicos: administración de castigo y cumplimiento de promesas. “No es por tu justicia ni por la rectitud de tu corazón que vas a poseer su tierra, sino que por la maldad de estas naciones el Señor tu Dios las expulsa de delante de ti, para confirmar el pacto que el Señor juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob” (Deut. 9:5). El pueblo de Dios hoy forma una nación santa cuya misión es la proclamación de Su excelencia (1 Pe. 2:9). El reino de nuestro Señor está involucrado en una guerra, pero esa guerra es espiritual y se pelea mediante cosas espirituales (Jn. 18:36; 2 Cor. 10:3-6).

¿QUÉ NO HA CAMBIADO?

Dios no ha cambiado (Mal. 3:6; Stgo. 1:17). El Dios que ama hoy (1 Jn. 4:8) siempre ha sido el  Dios de amor. Él nunca ha sentido placer con la muerte del malo, en cambio siempre esperó mucho para que se arrepintiera (Ez. 33:11). Sin embargo, Él sabe cuándo es tiempo de venganza. Dios fue un guerrero en la historia primitiva de Israel (Ex. 15:3); el Señor está en guerra contra el pecado y sus perpetradores hasta el final de los tiempos (Apo. 19-20). No hagamos pequeño a nuestro altísimo y santo Dios.

El mundo no ha cambiado­­—aún necesitamos un gobierno civil que empuñe la espada. Aunque aniquilar pueblos completos como lo hacia Israel hoy sería presunción, hacer lo que es necesario para luchar contra las agresiones de los malvados y aplicar la venganza adecuada aún son tarea que Dios ha entregado el gobierno (Jn. 19:10-11; Hch. 25:11; Ro. 13:1, 4).

La guerra no es un mal intrínseco, aunque siempre es trágica desde una perspectiva u otra. La vida humana siempre ha sido sagrada (Gén. 1:26-27; 9:6). Aquellos que se atrevan a jugar con la vida de otros serán condenados para siempre (Gén. 4:10; Deut. 5:17; Apo. 21:8) pero el Antiguo Testamento autorizaba la actividad letal que se dirigía apropiadamente a las ofensas graves. La guerra nunca fue meramente una concesión divina para la crueldad humana. Dios dirigió a su pueblo en la guerra, y la fe de muchos que conquistaron reinos, hicieron justicia, se hicieron poderosos en la guerra y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros era ejemplar (Heb. 11:33-34).

Ningún cristiano tiene el permiso de Dios para ser su propio vengador (Ro. 12:17-21). Pero él o ella puede elegir servir a Dios como un agente autorizado del gobierno, un ministro que promueva el bien y que lleve la ira de Dios sobre los malhechores (Ro. 13:4). Pablo hacía ilustraciones igual con un soldado que con un atleta o un agricultor (2 Tim. 2:3-6). ¿Puede imaginarse al Señor titulándose a Sí mismo un “guerrero” pero siendo esto algo pecaminoso? El Nuevo Testamento no ofrece ninguna instrucción explícita en cuanto a que la fe y el arrepentimiento de un agente gubernamental demande que éste abandone su trabajo, sino que lo ejerza con el más grande reconocimiento de responsabilidad hacia Dios y los demás (Lc. 3:14; 7:2-9; 19:8-10; Hch. 10; 16:27-34). Los hijos de Dios verdaderamente son ciudadanos de doble status (Filp. 3:20; Hch. 22:27-29). Por supuesto que, cuando el servicio a Dios y el servicio al Estado entran en conflicto, la única elección del cristiano es clara (Hch. 5:29).

CONCLUSIÓN

La Biblia no sustenta ningún extremo, ni el activismo a favor de la guerra ni el pacifismo radical pero señala hacia el “selectivismo” juicioso (Anderson, 210). “Cada guerra particular debe ser juzgada en cuanto a su justicia por los cristianos quienes “los cuales por la práctica tienen los sentidos ejercitados para discernir el bien y el mal” (Heb. 5:14), (Shelly, 138). Deberíamos preferir, procurar y orar por la paz (Mat. 5:9; Ro. 12:18; 1 Tim. 2:1-6). La paz más ideal para los propósitos de Dios pudiera encontrarse algunas veces en el despertar de un conflicto que ve la justicia forzosamente servida.

Prohibir a un cristiano llevar la espada autorizada por el gobierno, o empujar a alguien que la objeta a conciencia a tomarla son igualmente opciones sin sabiduría. Deuteronomio 20 resalta la obra indispensable que debe hacerse y convocó a los hombres israelitas a hacerla en cooperación con Dios. Sin embargo no se obligaba a nadie a participar. ¿Tendrá Romanos 14 mucho que decir acerca de la inquietud moderna por el tema de la guerra? “Así que procuremos lo que contribuye a la paz y a la edificación mutua” (Ro. 14:19).


Obras Citadas

Anderson, Kerby. Christian Ethics in Plain Language. Nashville: Nelson, 2005.

Cowles, C. S., Eugene Merrill, Daniel Gard and Tremper Longman III. Show Them No Mercy: Four Views on God and Canaanite Genocide. Grand Rapids: Zondervan, 2003.

Lectureship of Harding Graduate School of Religion. Ed. Bill Flatt, Thomas B. Warren, and W. B. West, Jr. Nashville: Gospel Advocate, 1972.

Rae, Scott B. Moral Choices: An Introduction to Ethics. 2nd ed. Grand Rapids: Zondervan, 2000.

Shelly, Rubel. “What The Bible Teaches about War.” What The Bible Teaches. 1972 Bible.

Woods, Clyde M. Leviticus–Numbers–Deuteronomy. Shreveport: Lambert, 1974.

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