domingo, 2 de agosto de 2015

Preservando una Herencia Piadosa (Deuteronomio)

Por tanto, cuídate y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, y no se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; sino que las hagas saber a tus hijos y a tus nietos” (Deut. 4:9).

El libro de Deuteronomio (segunda ley) trata de la emocionante historia de una familia que estaba siendo preparada para una nueva vida en una nueva tierra. Tras ellos quedaban el desierto y sus vicisitudes, y delante estaba la prosperidad de la tierra prometida que fluía en leche y miel. Sin embargo, por el momento hay un llamado a un nuevo compromiso con Dios y de un fresco entendimiento de lo que debe ser el carácter del pueblo de Dios.

En esta emocionante serie de despedidas, Moisés, “el hombre de Dios” (33:1) le recuerda a Israel de la fidelidad a Dios y de la infidelidad de sus ancestros. Él repasa la relación de pacto que Dios estableció con ellos en el Sinaí, con la exhortación a que si Israel obedecía el pacto en la nueva tierra, Dios les bendeciría abundantemente y ellos llegarían a ser su testimonio ante las naciones paganas de alrededor.  Además de esto Moisés reafirma que el pueblo debe amar al Señor con todo su corazón, pues el amor es el más grande motivo para la obediencia. Y, finalmente, demanda de los padres y abuelos que cumplan su responsabilidad de enseñar a sus hijos y nietos el amor y la obediencia al Señor desde su juventud. Haciendo esto, Moisés trae el poder del pasado para poder afrontar el presente con miras al futuro.

Aunque la escena es de hace más de tres mil quinientos años, el mensaje de Deuteronomio continúa siendo oportuno y atemporal. Hoy, como en aquel entonces, el mundo está experimentando un increíble cambio. En medio de un mundo envuelto en conflictos y de culturas cambiantes el pueblo de Dios recibe continuamente a través del evangelio un llamado a ser un pueblo santo, un pueblo piadoso. Como el Israel espiritual de Dios, la iglesia del Señor debe ser sal, luz y levadura; debemos ser trasformados por el evangelio y no tomar las formas del mundo (Ro. 12:1-2), un pueblo para la posesión de Dios (1 Pe. 2:9), fiel a su voluntad y obra (Jn. 4:34).

Con Deuteronomio sirviendo como el telón de fondo para nuestro estudio, hablaremos de nuestra cultura, nuestro carácter, y nuestro desafío.

NUESTRA CULTURA

Por tanto, cuídate y guarda tu alma con diligencia” (Deut. 4:9a). Moisés había descrito el privilegio especial que había disfrutado Israel como el pueblo escogido por Dios, completo con su presencia y estatutos que los harían sabios y entendidos en su nuevo hogar (5-6). Una vez allí ellos debían vivir diligentemente mediante esta ley, y hacer de sus principios la norma para su diario vivir, creando un nuevo estándar el cual sería impresionante para el resto de las naciones. La triste historia de Israel es su rechazo de los mandamientos de Dios por la norma cultural de sus vecinos, guiándoles a una vida de idolatría e inmoralidad, separándoles del Dios que los amaba.

Hoy, la iglesia del Señor vive en medio de una cultura que durante los últimos cincuenta años ha ido incrementando su carácter secular que, si no lo detenemos, cambiará nuestra misma existencia. Vivimos y trabajamos con personas que han adoptado la filosofía del relativismo en la que nada está siempre bien o siempre mal, nada es absolutamente correcto o malo, y ciertamente nada es absolutamente cierto o falso. Otros están comprando la filosofía del pluralismo en la cual nadie debe condenar nada ni a nadie. Ya que nadie está mal, debemos aceptar a todos, sin importar sus creencias o conducta. Estas se nutren de la filosofía del emocionalismo, donde los sentimientos son más importantes que la razón y la emoción es más importante que la verdad. La consecuencia natural de todo esto es la filosofía del individualismo, la cual se expresa a sí misma en actitudes tales como: “Yo soy la medida de la vida; tengo derecho a ser feliz. Nadie puede decirme lo que debo hacer; todo, incluyendo la Biblia, significa lo que yo diga que significa. ¡Es mi vida!”

Intentando buscar a los perdidos, nos encontramos con gente que tiene poco o ningún interés en escuchar el mensaje de la verdad absoluta con consecuencias eternas, quienes son más propensos a adoptar estilos de vida mundanos, quienes no condenarán a alguien por sus creencias o su conducta, cuyos sentimientos son el estándar para todo juicio, y cuyo enfoque está en su propio interés y no en el del Señor.

Pero la más grande tragedia es cómo estas filosofías están afectando a la iglesia. ¿No ha sentido Ud la influencia de estas filosofías individual o congregacionalmente? Hay demasiados hoy quienes no sienten mucho respeto por la Escritura y su relevancia para el diario vivir. Cada día tenemos a más personas en la iglesia violando los estándares morales de la Biblia, incluyendo infidelidad marital, divorcio, bebida social, homosexualismo, juegos de azar, mentira, pornografía y conducta abusiva. La vida en la iglesia actual es menos rigurosa en sus códigos de conducta que hace unas décadas atrás. Y cuando la Escritura es vista por los líderes de la iglesia como “cartas de amor” y no como mandamientos que deben obedecerse, el texto sagrado pierde su autoridad y poder para crear en sus lectores una tristeza piadosa que les guíe al verdadero arrepentimiento.

Se nos está tratando de inculcar que aceptemos a los demás como salvos sin importar lo que han hecho o si no han obedecido. Debemos acomodar nuestra doctrina para incluir a todos ya que hemos sido herméticos y exclusivos. Ya el bautismo no es para el perdón de pecados, no hay nada malo con adorar con instrumentos musicales, y debemos regocijarnos cuando nos reunimos con personas que creen estas cosas. ¿Cómo es posible que podamos juzgar o condenar a otros cuando tenemos una viga así en nuestro propio ojo?

Además de esto está el emocionalismo en la adoración donde Dios le habla a alguien “directamente” y no por medio de la Escritura sola, donde la adoración debe ser una en la que yo “me sienta bien” por la guía del Espíritu, y donde el Espíritu de Dios no tiene limitaciones en las áreas de sanidad, profecía, hablar en lenguas, y en otros dones espirituales. Aquellos que han comprado estas filosofías insisten en sus derechos en la iglesia, enfatizando la relación por encima de la Escritura; después de todo, ¡Dios sólo quiere que seamos felices!

Estamos en peligro de cometer el trágico error de Israel, el error “… de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo! ¡Ay de los sabios a sus propios ojos e inteligentes ante sí mismos!” (Isa. 5:20-21). Sin importar lo que diga la cultura, ¡Dios nos llama a serle fieles!

NUESTRO CARÁCTER

“…para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, y no se aparten de tu corazón todos los días de tu vida” (4:9b). ¿Qué habían visto los ojos de Israel? Ellos habían visto como Moisés los había guiado en la confrontación con el faraón, los guio lejos de la esclavitud, cruzaron el Mar Rojo hacia la libertad, los guio al monte Sinaí a recibir la ley y la organización de Dios, los guio hasta la frontera de Canaán la primera y la segunda vez, y los guio con lealtad durante cuarenta años en el desierto. Moisés literalmente salvó a Israel de la destrucción en varias ocasiones. Cuando el pueblo puso a Aarón a hacerles un becerro de oro para practicar su idolatría, fue Moisés quien intercedió con Dios para que no destruyera la nación (Ex. 32:9-11). Cuando diez de los doce espías destruyeron la fe y la confianza de la nación, fue Moisés quien intervino para que Dios no destruyera la nación (Núm. 14:11-12). Ahora, en la ribera oriental del río Jordán, el hombre de Dios le dijo a su pueblo que escuchara, recordara y obedeciera, que evitara la idolatría y guardara los mandamientos que Dios le había dado, y que recordara la naturaleza de Dios y el por qué Dios los había escogido y bendecido. Pero Israel no entendió el deseo de Dios; no entendieron que tenían que seguirlo y fracasaron en ser un pueblo para la posesión de Dios.

Los miembros de la iglesia del Señor han sido llamados fuera del mundo para escuchar, recordar, y obedecer la voluntad del Padre y realizar su obra hasta que Cristo venga. Un texto clásico que nos recuerda nuestro llamado y el carácter cristiano que debemos desarrollar es Tito 2:11-14. Pablo nos recuerda la gracia de Dios que nos salvó (11) pero que nos continúa enseñando (12), primero en términos de lo que debemos remover de nuestras vidas, es decir, la impiedad, la conducta externa que traiciona a Dios (1 Cor. 10:31), y los deseos mundanales, los impulsos internos de los que deriva la conducta (1 Jn. 2:15). Segundo, la gracia de Dios nos enseña acerca de lo que debemos restaurar en nuestras vidas, es decir, que debemos vivir sensiblemente con respecto a nosotros mismos (Col. 3:5-10), justamente con referencia los demás (3:11-14), y piadosamente con relación a Dios el Padre (3:15-17).

Pablo continúa diciendo que la gracia de Dios nos separa del resto del mundo para que seamos un pueblo especial para Dios (13-14), un pueblo que viva en la esperanza gloriosa del regreso del Señor, un pueblo que ha sido redimido de cada obra impía, un pueblo para su propia posesión, y un pueblo que es celoso de las buenas obras.

El deseo de Dios es que seamos un pueblo que le pertenezca a Él y solamente a Él. Él sabe quiénes somos y lo que hemos hecho. Al redimirnos de la ignorancia, de la idolatría, de la inmoralidad, la indiferencia y la inconsistencia, Él nos llamó por medio del evangelio para ser suyos, y lo seremos si lo elegimos, lo amamos y lo obedecemos. Israel fracasó porque no entendieron lo que Dios quería que fueran y llegaran a ser. ¡Nosotros no debemos fallarle de esa manera!

NUESTRO DESAFÍO

… sino que las hagas saber a tus hijos y a tus nietos” (4:9c). Casi cuarenta años habían pasado desde que los Israelitas habían abandonado la esclavitud en Egipto, cuarenta años de vagar por el desierto porque no confiaban en Dios, dirigiéndose a la muerte de todos los adultos con dos excepciones. Ahora Moisés apela a la segunda generación antes de que entren a la Tierra Prometida para recordarles las cosas que ellos han visto y oído acerca de Dios, y para que triunfaran en lo que sus padres habían fracasado, preservando en sus corazones una verdadera relación con Dios. Sólo cuando esta relación está atesorada en sus corazones ellos pueden pasarla a sus hijos y a sus nietos, por su bien, por su supervivencia y para su justicia (Deut. 6:24-25).

Este es el desafío que espera a cada generación del pueblo de Dios. Pablo da el mismo énfasis a los romanos y con nosotros cuando él escribe, “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, os hicisteis obedientes de corazón a aquella forma de enseñanza a la que fuisteis entregados;  y habiendo sido libertados del pecado, os habéis hecho siervos de la justicia” (6:17-18). La obediencia genuina fluye desde el corazón de padres y abuelos hacia los hijos y los nietos en la forma de instrucción e inspiración, también para nuestro bien, nuestra justicia, y para la supervivencia de la iglesia del Señor.

En respuesta a las falsas filosofías mencionadas anteriormente, nosotros debemos aceptar el desafío del relativismo manteniéndonos firmes en las Escrituras  como nuestro estándar absoluto en todo lo que creemos y practicamos. Aceptamos el desafío del Pluralismo recordando que el cristianismo nació en un tiempo de pluralismo, pero que la iglesia primitiva rehusó admitir todos los puntos de vista como igualmente buenos, y nosotros tampoco lo haremos. Aceptamos el desafío del Emocionalismo cuando practicamos el balance apropiado de la adoración en espíritu y en verdad (Jn. 4:24) y hablando la verdad en amor (Ef. 4:15). Aceptamos el desafío del Individualismo, desarrollando la mente de Cristo (Filp. 2:5), recordando siempre que, ¡no se trata de nosotros, se trata de Él!

CONCLUSIÓN


En una cultura de cambio Dios nos llama por medio de Cristo a una vida de fe y de fidelidad, de humildad y santidad, de obediencia y optimismo, de bondad y piedad. La memorable apelación de Moisés, “Oye Israel” ciertamente puede preservar a un pueblo en santidad cuando revisamos cómo Dios ha tratado con nuestro pasado, cuando renovamos nuestra lealtad hacia Su voluntad, cuando recordamos las consecuencias de nuestras elecciones, y cuando nos percatamos de nuestro lugar en la iglesia en cuanto a cómo realizamos Su obra. 

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